lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Antropóloga - Margarita del Olmo Pintado

Y yo quiero ser...Antropóloga
(Por Margarita del Olmo Pintado)

Escucha música mientras lees, vete al final.

Cuando era adolescente nunca pensé en ser antropóloga porque no tenía idea de que la Antropología existiese: nadie me habló en el colegio de Antropología y en mi casa, donde mis dos padres eran químicos, la investigación se identificaba con la química, la biología, la física o las matemáticas; pero nunca con las ideas que a mí me parecían interesantes para mi futura profesión: periodista, fotógrafa, profesora, trabajadora social o escritora. Así que no solo no se me ocurrió nunca ser antropóloga, sino que tampoco pensé en ser investigadora.

Sí tenía claro, sin embargo, que quería ir a la universidad porque me gustaba aprender leyendo libros. Aunque no tanto en clase porque me aburría mucho. Cuando fui un poco mayor, me llevaba al colegio los libros que me interesaba leer y los escondía tapándolos con el libro de texto que tocara. Pero interrumpía mi lectura cuando era necesario y voluntariamente cuando los profesores hablaban de algo que me llamaba la atención: cuando contaban anécdotas personales, historias, o discutían ideas.

Me enteré que existía la Antropología justo a tiempo: en el último curso del colegio y justo unos meses antes de tener que decidir qué quería estudiar. Fue gracias a una profesora de Lengua, en una de esas clases en las que se salió de los temas que iban a entrar en el examen de Selectividad (ahora PAU y pronto quién sabe). Me intrigó lo que contó y le pedí consejo para seguir indagando por mi cuenta. Descubrí un mundo en el que quería encajar.

Esta foto la hicieron y revelaron mis hermanos 
Guillermo del Olmo (hoy día fotógrafo) y Alfonso del Olmo 
durante mi último curso de colegio: cuando descubrí que 
existía la Antropología y decidí que 
me quería dedicar a trabajar como antropóloga.

La Antropología es una profesión que busca entender el comportamiento de las personas, no como individuos, sino como seres que viven en sociedad y  por lo tanto cómo influyen las demás personas. Hay muchas formas de hacer antropología: buscando huesos de nuestros antepasados (Antropología física), excavando para encontrar los restos que han dejado pueblos antiguos (Arqueología), estudiando las lenguas que hablan y han hablado los seres humanos (Antropología lingüística), trabajando con documentos escritos por nuestros antepasados (Etnohistoria) o interesándose por todos los pueblos que viven actualmente en el mundo, incluido el propio, para investigar cómo la gente soluciona los problemas generales que plantea la existencia y los concretos que tienen que resolver en la vida diaria, de cualquier tipo: económicos, políticos, sobre las enfermedades, la comida, las relaciones con la gente, la reproducción, la muerte, etc. El objetivo es aprender unas personas de las otras (Antropología cultural).

Decidí que lo que a mí me interesaba en concreto era más aprender de las personas vivas que de los antepasados, así que me centré en la Antropología cultural (o social, o social y cultural, no hay acuerdo definitivo en cómo llamarla). Mi decisión estuvo motivada por el hecho de que veía que la Antropología cultural englobaba todos mis intereses sin tener que renunciar a ninguno: podía enseñar como profesora, entrevistar a la gente como hacen los periodistas, hacer fotografías, interesarme por los problemas de la sociedad y escribir. Pero además, la Antropología me permitía incluir otras aficiones que tenía y que nunca había pensado en ellas nada más que como hobbies: escuchar historias, viajar, discutir ideas y aprender idiomas.

Mi primer trabajo como aprendiz de antropóloga lo hice en la Universidad Complutense para mi tesina (similar al Trabajo Fin de Máster de hoy) sobre las Reservas indias en Canadá. Mi objetivo era tan sencillo como tratar de entender qué eran y cómo se habían formado. Para ello trabajé con documentos históricos sobre los tratados firmados con las naciones indias, con normativas actuales del Ministerio de Asuntos Indios e hice visitas a varias reservas. Conseguí dinero para mi viaje a Canadá con un trabajo de bibliografía que me encargó un profesor.

Aprendí que las reservas no son prisiones para los indios como creía, por lo menos desde el punto de vista legal; sino que, al contrario, son pequeños trozos de los antiguos territorios que cedieron en los tratados y donde los que no son nativos no pueden entrar sin permiso de las naciones indias. En la práctica se han convertido en lugares donde no hay suficientes recursos para sobrevivir, ni trabajos, ni prácticamente posibilidades de salir de la pobreza. Pero su condición legal de territorios reservados y al margen de la legislación del país en muchos aspectos ha podido ser aprovechada por algunas naciones indias para conseguir autogobierno (en Canadá) y en algunos casos para instalar casinos millonarios que financian las necesidades y actividades de las naciones indias (en Estados Unidos).

Mi siguiente trabajo, más “profesional”, tanto en profundidad como dedicación lo realicé para mi tesis doctoral sobre los argentinos que se habían exiliado en España durante la dictadura de la Junta militar argentina. Para realizarlo obtuve una Beca predoctoral para trabajar en el CSIC. En esta ocasión utilicé las herramientas del trabajo de campo etnográfico que es la metodología principal (aunque no única) de la investigación en Antropología social y cultural: la observación participante y las entrevistas abiertas.

La observación participante consiste en compartir la vida de las personas sobre y con las que trabajamos en la medida de lo posible, no solo observando, sino participando en todas las actividades y recogiendo todo el proceso de forma escrita en lo que llamamos “diario de campo”. Las entrevistas abiertas son conversaciones que se mantienen con las personas que nos interesan para preguntarles acerca de sus comportamientos y, sobre todo, las razones de por qué actúan así.

En mi caso se trataba de preguntar a los argentinos exilados por su proceso de exilio: cómo había empezado, por qué habían venido a España y, una vez que acabó la dictadura, porqué habían vuelto a la Argentina o habían decidido quedarse a vivir en España. Para ello, trabajé fundamentalmente en Madrid, aunque también entrevisté algunas personas clave en Cataluña y viajé a Argentina para conocer a las que habían decidido volver después del exilio. De todo ese trabajo, lo que a mí me interesaba especialmente era el tema de la identidad cultural: qué es la identidad cultural, cómo se construye, para qué sirve. Y descubrí que es una herramienta que utilizamos para dar sentido al comportamiento de las demás personas y para poder anticipar, a grandes rasgos, cómo van a actuar; es decir que nos ayuda a dar sentido a nuestro mundo.

Mi tesis doctoral fue el inicio de mi carrera académica y también el comienzo de una larga trayectoria para conseguir un puesto permanente de investigadora en el CSIC. Después de mi beca predoctoral, tuve otra beca postdoctoral de dos años para trabajar sobre inmigración en España, también en el CSIC. Cuando se acabó esa beca, seguí investigando, pero durante dos años no conseguí ningún tipo de financiación, a pesar de intentar varias posibilidades.

Finalmente, uno de los intentos tuvo éxito: El Ministerio de Educación español me concedió una beca en el extranjero de dos años para trabajar sobre el tema de racismo en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Me trasladé con mi marido y mi hijo a la ciudad de Boston con el objetivo fundamental de aprender qué es el racismo, cómo funciona, para qué sirve y, sobre todo, qué herramientas estaban resultando útiles para desactivar y desaprender los mecanismos racistas que utilizamos en la vida diaria.

Desde entonces he dedicado mi investigación al tema de racismo y trabajado en Sudáfrica, Canadá, Estados Unidos y Austria, pero sobre todo en España.

Actualmente tengo un puesto de investigadora en el Departamento de Antropología del CSIC, y mi investigación sobre racismo la he centrado en la escuela: cómo perciben los adolescentes las situaciones racistas, tanto dentro como fuera del colegio, y, sobre todo, cómo se enfrentan a ellas.

Los dos últimos años los he dedicado (junto con una colega de la universidad) al tema de abandono escolar. Estamos interesadas en averiguar lo que las personas que han dejado de estudiar dicen sobre sus propios procesos. Se trata de entender sus decisiones y lo que les llevó a ellas, comprendiendo su razonamiento y su lógica,  aprendiendo a partir de su propia experiencia sin juzgarles. Uno de los objetivos fundamentales es descubrir qué personas vuelven a estudiar una vez que lo dejaron en la adolescencia, por qué regresan a las clases, qué les ayuda hacer este retorno, qué dificultades tienen y cómo se podría facilitar esta vuelta. La respuesta a estas preguntas podría ayudar en el diseño de programas educativos de adultos, en programas de prevención y también a decidir que es necesario financiar.

Las investigaciones que existen hasta ahora sobre este tema suelen estar basadas en estadísticas que asocian el retorno a los estudios con el desempleo, concluyendo que cuando la gente se queda sin trabajo, como ha ocurrido en la reciente crisis económica, se replantea la necesidad de volver a estudiar, en primer lugar porque tienen el tiempo necesario y en segundo lugar porque esperan así mejorar sus expectativas futuras de empleo. Pero nuestra investigación antropológica nos ha permitido darnos cuenta que muchas de las personas que se matriculan en educación para adultos ya tienen trabajo, aunque una gran parte se encuentra sin contrato precisamente porque para conseguir un empleo es obligatorio presentar el certificado de haber terminado la educación obligatoria.

Según las personas entrevistadas, algunos empresarios no lo exigen, “hacen la vista gorda” o les basta la promesa de matriculación en un centro de adultos, y por ese motivo interpretan que las condiciones de trabajo que les ofrecen son más precarias: no están aseguradas o cotizan por la mitad del tiempo trabajado, y los horarios de trabajo son más largos, en turnos cambiantes que exigen a los trabajadores gran flexibilidad.

Estas condiciones de trabajo chocan frontalmente con las normas rígidas de los Centros de Educación de Adultos que exigen asistencia continua en el horario elegido o asignado. De manera que los cambios de turno en el trabajo tienen como consecuencia, con mucha frecuencia, la pérdida de matrícula, que a su vez puede llevar a la pérdida del empleo. Y esta es una de las causas del enorme fracaso de los programas de retorno, pero no se puede apreciar analizando estadísticas que ofrecen un panorama a grandes rasgos.

Mi objetivo por lo tanto es investigar a pie de calle, el día a día de la gente, y de esta forma contribuir a entender con mayor precisión y con mayor complejidad los procesos sociales. La Antropología proporciona el conocimiento y las herramientas necesarias para realizar este tipo de análisis, a pequeña escala, que contribuyen a explicar los porqués del comportamiento humano y nos permite entender por qué la gente hace lo que hace.

Margarita del Olmo Pintado
Doctora en Antropología
Departamento de Antropología
Instituto de Lengua, Literatura y Antropología, CSIC

Escucha música mientras lees.

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