(Por
Margarita del Olmo Pintado)
Escucha música mientras lees, vete al final.
Cuando era adolescente nunca
pensé en ser antropóloga porque no tenía idea de que la Antropología existiese:
nadie me habló en el colegio de Antropología y en mi casa, donde mis dos padres
eran químicos, la investigación se identificaba con la química, la biología, la
física o las matemáticas; pero nunca con las ideas que a mí me parecían
interesantes para mi futura profesión: periodista, fotógrafa, profesora,
trabajadora social o escritora. Así que no solo no se me ocurrió nunca ser
antropóloga, sino que tampoco pensé en ser investigadora.
Sí tenía claro, sin embargo, que
quería ir a la universidad porque me gustaba aprender leyendo libros. Aunque no
tanto en clase porque me aburría mucho. Cuando fui un poco mayor, me llevaba al
colegio los libros que me interesaba leer y los escondía tapándolos con el
libro de texto que tocara. Pero interrumpía mi lectura cuando era necesario y
voluntariamente cuando los profesores hablaban de algo que me llamaba la
atención: cuando contaban anécdotas personales, historias, o discutían ideas.
Me enteré que existía la
Antropología justo a tiempo: en el último curso del colegio y justo unos meses
antes de tener que decidir qué quería estudiar. Fue gracias a una profesora de
Lengua, en una de esas clases en las que se salió de los temas que iban a entrar
en el examen de Selectividad (ahora PAU y pronto quién sabe). Me intrigó lo que
contó y le pedí consejo para seguir indagando por mi cuenta. Descubrí un mundo
en el que quería encajar.
Esta foto la hicieron y
revelaron mis hermanos
Guillermo del Olmo (hoy día fotógrafo) y Alfonso del
Olmo
durante mi último curso de colegio: cuando descubrí que
existía la
Antropología y decidí que
me quería dedicar a trabajar como antropóloga.
La Antropología es una profesión
que busca entender el comportamiento de las personas, no como individuos, sino
como seres que viven en sociedad y por
lo tanto cómo influyen las demás personas. Hay muchas formas de hacer
antropología: buscando huesos de nuestros antepasados (Antropología física),
excavando para encontrar los restos que han dejado pueblos antiguos
(Arqueología), estudiando las lenguas que hablan y han hablado los seres
humanos (Antropología lingüística), trabajando con documentos escritos por
nuestros antepasados (Etnohistoria) o interesándose por todos los pueblos que
viven actualmente en el mundo, incluido el propio, para investigar cómo la
gente soluciona los problemas generales que plantea la existencia y los
concretos que tienen que resolver en la vida diaria, de cualquier tipo:
económicos, políticos, sobre las enfermedades, la comida, las relaciones con la
gente, la reproducción, la muerte, etc. El objetivo es aprender unas personas
de las otras (Antropología cultural).
Decidí que lo que a mí me
interesaba en concreto era más aprender de las personas vivas que de los
antepasados, así que me centré en la Antropología cultural (o social, o social
y cultural, no hay acuerdo definitivo en cómo llamarla). Mi decisión estuvo
motivada por el hecho de que veía que la Antropología cultural englobaba todos
mis intereses sin tener que renunciar a ninguno: podía enseñar como profesora,
entrevistar a la gente como hacen los periodistas, hacer fotografías,
interesarme por los problemas de la sociedad y escribir. Pero además, la
Antropología me permitía incluir otras aficiones que tenía y que nunca había
pensado en ellas nada más que como hobbies: escuchar historias, viajar,
discutir ideas y aprender idiomas.
Mi primer trabajo como aprendiz
de antropóloga lo hice en la Universidad Complutense para mi tesina (similar al
Trabajo Fin de Máster de hoy) sobre las Reservas indias en Canadá. Mi objetivo
era tan sencillo como tratar de entender qué eran y cómo se habían formado.
Para ello trabajé con documentos históricos sobre los tratados firmados con las
naciones indias, con normativas actuales del Ministerio de Asuntos Indios e
hice visitas a varias reservas. Conseguí dinero para mi viaje a Canadá con un
trabajo de bibliografía que me encargó un profesor.
Aprendí que las reservas no son
prisiones para los indios como creía, por lo menos desde el punto de vista
legal; sino que, al contrario, son pequeños trozos de los antiguos territorios
que cedieron en los tratados y donde los que no son nativos no pueden entrar
sin permiso de las naciones indias. En la práctica se han convertido en lugares
donde no hay suficientes recursos para sobrevivir, ni trabajos, ni
prácticamente posibilidades de salir de la pobreza. Pero su condición legal de
territorios reservados y al margen de la legislación del país en muchos aspectos
ha podido ser aprovechada por algunas naciones indias para conseguir
autogobierno (en Canadá) y en algunos casos para instalar casinos millonarios
que financian las necesidades y actividades de las naciones indias (en Estados
Unidos).
Mi siguiente trabajo, más
“profesional”, tanto en profundidad como dedicación lo realicé para mi tesis
doctoral sobre los argentinos que se habían exiliado en España durante la
dictadura de la Junta militar argentina. Para realizarlo obtuve una Beca
predoctoral para trabajar en el CSIC. En esta ocasión utilicé las herramientas
del trabajo de campo etnográfico que es la metodología principal (aunque no
única) de la investigación en Antropología social y cultural: la observación
participante y las entrevistas abiertas.
La observación participante
consiste en compartir la vida de las personas sobre y con las que trabajamos en
la medida de lo posible, no solo observando, sino participando en todas las
actividades y recogiendo todo el proceso de forma escrita en lo que llamamos
“diario de campo”. Las entrevistas abiertas son conversaciones que se mantienen
con las personas que nos interesan para preguntarles acerca de sus
comportamientos y, sobre todo, las razones de por qué actúan así.
En mi caso se trataba de
preguntar a los argentinos exilados por su proceso de exilio: cómo había
empezado, por qué habían venido a España y, una vez que acabó la dictadura,
porqué habían vuelto a la Argentina o habían decidido quedarse a vivir en
España. Para ello, trabajé fundamentalmente en Madrid, aunque también
entrevisté algunas personas clave en Cataluña y viajé a Argentina para conocer
a las que habían decidido volver después del exilio. De todo ese trabajo, lo
que a mí me interesaba especialmente era el tema de la identidad cultural: qué
es la identidad cultural, cómo se construye, para qué sirve. Y descubrí que es
una herramienta que utilizamos para dar sentido al comportamiento de las demás
personas y para poder anticipar, a grandes rasgos, cómo van a actuar; es decir
que nos ayuda a dar sentido a nuestro mundo.
Mi tesis doctoral fue el inicio
de mi carrera académica y también el comienzo de una larga trayectoria para
conseguir un puesto permanente de investigadora en el CSIC. Después de mi beca
predoctoral, tuve otra beca postdoctoral de dos años para trabajar sobre
inmigración en España, también en el CSIC. Cuando se acabó esa beca, seguí
investigando, pero durante dos años no conseguí ningún tipo de financiación, a
pesar de intentar varias posibilidades.
Finalmente, uno de los intentos tuvo
éxito: El Ministerio de Educación español me concedió una beca en el extranjero
de dos años para trabajar sobre el tema de racismo en la Universidad de
Harvard, en Estados Unidos. Me trasladé con mi marido y mi hijo a la ciudad de
Boston con el objetivo fundamental de aprender qué es el racismo, cómo
funciona, para qué sirve y, sobre todo, qué herramientas estaban resultando
útiles para desactivar y desaprender los mecanismos racistas que utilizamos en
la vida diaria.
Desde entonces he dedicado mi
investigación al tema de racismo y trabajado en Sudáfrica, Canadá, Estados
Unidos y Austria, pero sobre todo en España.
Actualmente tengo un puesto de investigadora
en el Departamento de Antropología del CSIC, y mi investigación sobre racismo
la he centrado en la escuela: cómo perciben los adolescentes las situaciones
racistas, tanto dentro como fuera del colegio, y, sobre todo, cómo se enfrentan
a ellas.
Los dos últimos años los he
dedicado (junto con una colega de la universidad) al tema de abandono escolar.
Estamos interesadas en averiguar lo que las personas que han dejado de estudiar
dicen sobre sus propios procesos. Se trata de entender sus decisiones y lo que
les llevó a ellas, comprendiendo su razonamiento y su lógica, aprendiendo a partir de su propia experiencia
sin juzgarles. Uno de los objetivos fundamentales es descubrir qué personas
vuelven a estudiar una vez que lo dejaron en la adolescencia, por qué regresan
a las clases, qué les ayuda hacer este retorno, qué dificultades tienen y cómo
se podría facilitar esta vuelta. La respuesta a estas preguntas podría ayudar
en el diseño de programas educativos de adultos, en programas de prevención y
también a decidir que es necesario financiar.
Las investigaciones que existen
hasta ahora sobre este tema suelen estar basadas en estadísticas que asocian el
retorno a los estudios con el desempleo, concluyendo que cuando la gente se
queda sin trabajo, como ha ocurrido en la reciente crisis económica, se
replantea la necesidad de volver a estudiar, en primer lugar porque tienen el
tiempo necesario y en segundo lugar porque esperan así mejorar sus expectativas
futuras de empleo. Pero nuestra investigación antropológica nos ha permitido
darnos cuenta que muchas de las personas que se matriculan en educación para
adultos ya tienen trabajo, aunque una gran parte se encuentra sin contrato
precisamente porque para conseguir un empleo es obligatorio presentar el
certificado de haber terminado la educación obligatoria.
Según las personas
entrevistadas, algunos empresarios no lo exigen, “hacen la vista gorda” o les
basta la promesa de matriculación en un centro de adultos, y por ese motivo
interpretan que las condiciones de trabajo que les ofrecen son más precarias:
no están aseguradas o cotizan por la mitad del tiempo trabajado, y los horarios
de trabajo son más largos, en turnos cambiantes que exigen a los trabajadores
gran flexibilidad.
Estas condiciones de trabajo chocan
frontalmente con las normas rígidas de los Centros de Educación de Adultos que
exigen asistencia continua en el horario elegido o asignado. De manera que los
cambios de turno en el trabajo tienen como consecuencia, con mucha frecuencia,
la pérdida de matrícula, que a su vez puede llevar a la pérdida del empleo. Y
esta es una de las causas del enorme fracaso de los programas de retorno, pero
no se puede apreciar analizando estadísticas que ofrecen un panorama a grandes
rasgos.
Mi objetivo por lo tanto es
investigar a pie de calle, el día a día de la gente, y de esta forma contribuir
a entender con mayor precisión y con mayor complejidad los procesos sociales.
La Antropología proporciona el conocimiento y las herramientas necesarias para
realizar este tipo de análisis, a pequeña escala, que contribuyen a explicar
los porqués del comportamiento humano y nos permite entender por qué la gente
hace lo que hace.
Margarita
del Olmo Pintado
Doctora
en Antropología
Departamento de Antropología
Instituto de Lengua, Literatura y
Antropología, CSIC
Escucha música mientras lees.
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