lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Profesor de Química y Divulgador - Gabriel Pinto Cañon

Y yo quiero ser...Profesor de Química y Divulgador
(Por Gabriel Pinto Cañón)

Escucha música mientras lees, vete al final.

Es difícil que con 17 ó 18 años de edad, cuando llega el momento de decidir los estudios universitarios, uno se decante por un Grado en Química (u otro) sin ninguna incertidumbre. Lo más habitual es que se dude entre otros, como Bioquímica, Ingeniería Química, Física o Farmacia. Es normal y, además, uno puede terminar trabajando en tareas similares aunque parta de estudios diferentes, pues no siempre hay fronteras claras entre las áreas de conocimiento. Incluso, para ejercer de profesor de química y divulgador científico, que es lo que nos ocupa aquí, se puede llegar desde cualquiera de las titulaciones citadas… ¡y otras! A nivel personal, el autor de este texto eligió cursar la Licenciatura en Ciencias Químicas porque analizando planes de estudio de otras carreras de ciencias, le pareció la más generalista y con muy variadas especialidades.

Una vez que una persona obtiene el Grado en Química (o similar) existen distintas salidas profesionales, como se aborda en otros capítulos de este libro. Las oportunidades de trabajo son amplias, desde industrias del sector químico (síntesis de sustancias, fabricación de plásticos, fertilizantes, petroquímica…) y otras con implicaciones químicas (cementera, farmacéutica, pinturas, alimentación…), a plantas de tratamiento de agua, y muchas más (investigación, aduanas, restauración artística, etc.). Otra posibilidad laboral es el sector de la enseñanza, que ha venido ocupando a muchos profesionales de la química y, asociado a este ámbito, cada vez más, también nos encontramos con actividades de divulgación científica.

Aunque pueden existir otros tipos de “profesores de química”, como de academias y profesores particulares, nos referimos aquí a los dos tipos más habituales: de enseñanza secundaria, formación profesional y bachillerato, y de Universidad. Para acceder al primer tipo, que se puede ejercer en centros privados, concertados o públicos, es necesario realizar un Máster Universitario en Formación de Profesorado. Dura un curso académico (60 créditos ECTS) y habilita para el ejercicio de la profesión regulada de Profesor/a de Enseñanza Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas. En él se abordan materias generales (psicopedagogía, procesos educativos, aprendizaje…), otras específicas (complementos de formación, didáctica de la especialidad, innovación docente…) y de aplicación (trabajo fin de Máster y prácticas educativas).

No existe en España una especialidad única de Química en el citado Máster, y lo más habitual es que esté englobada en una de “Física y Química” o análoga, como “Ciencias Experimentales”. Suele ser así por tradición y, quizá lo más importante, porque en las modalidades de profesorado de educación secundaria, se engloban estas dos áreas. Esto ha sido, es, y será con seguridad, fuente de controversia. Por ejemplo, hay quien plantea que la química podría ir agrupada con la biología, y la física con las matemáticas, o incluso que hubiera, como en otros países, una separación mayor de áreas. La opinión del autor es que es difícil que se cambie. La práctica educativa española ha sido la del agrupamiento de dos áreas que no siempre conviven bien en un único campo. Hay alumnos que se lamentan de que no les explica bien la física un profesor de formación química, o viceversa, pero también es cierto que hay temas comunes (como la estructura y propiedades de la materia) y que si se subdividen surgirían otros problemas organizativos. Y todo esto no es solo propio de estas áreas; piénsese en “Geografía e Historia” o “Biología y Geología”.

El profesor universitario de química requiere (por legislación) menos formación docente. De hecho, no se le exige ninguna preparación específica al respecto, porque su actividad va más asociada a una tarea investigadora. Salvo excepciones (como profesores asociados o al inicio de la carrera docente), el profesor de Universidad (en todas las áreas) es además investigador (también por legislación) y, por ello, para acceder a las distintas categorías profesionales, se exigen diferentes requisitos sobre ello (participación en proyectos, publicaciones, intervenciones en congresos, etc.). Existen agencias de evaluación universitaria autonómicas y una nacional (la ANECA, Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), donde los candidatos a ocupar plazas de profesor universitario se deben “acreditar” a las distintas figuras, que pueden ser de contratado (ayudante doctor, contratado doctor o de Universidad privada) o para los cuerpos de funcionarios (titular o catedrático). Una vez acreditados, los candidatos deben superar las pruebas establecidas en cada Universidad. Hay otras figuras, como ayudante o profesor asociado; para más detalles, se sugiere que se visiten las páginas Web de la ANECA (www.aneca.es) o las del propio Ministerio de Educación (que cada cuatro años lleva nuevas denominaciones adicionales; en la actualidad es, además, de Cultura y Deporte) para todo tipo de profesorado (bit.ly 2hqEkPJ).

No existe un tipo único de profesor universitario de Química; normalmente, aparte de la distinción entre Universidades públicas o privadas (en estas últimas suele primar más la labor docente frente a la investigadora), la mayor diferencia consiste en la impartición de materias específicas de química (Química Orgánica, Catálisis, Materiales…) o de química básica para distintos Grados (Biología, Farmacia, Ingeniería…). Este último es el ámbito del autor, que es profesor de Química, desde hace 32 años, en una Escuela que forma ingenieros (en concreto, industriales, químicos y de organización).

Aunque no se exige una formación docente, sí es considerada, en cierta medida, en los procesos de promoción y selección. Además, bien de forma autodidacta, bien a través de Institutos de Ciencias de la Educación de las Universidades y de congresos, los profesores universitarios suelen (o pueden) formarse en este ámbito.

En cuanto a labor investigadora, que es la que prima para el progreso profesional, el profesor universitario ha de llevar a cabo una tarea que se asemeja a la descrita en otros capítulos de este libro, por lo que no se trata de forma profusa. Sí hay que decir que no basta con “investigar”; cada vez más, y como se ha indicado, esa investigación “se mide”. Por ejemplo, en su evaluación tiene mucha importancia la publicación de artículos en revistas de “índice de impacto” reconocido. Esto es así porque estas revistas someten los trabajos a la evaluación anónima por otros “pares” y, además, el citado índice mide la repercusión que tienen (por ejemplo en cuanto a citaciones) las publicaciones. Esto está cuestionado; hay profesores que se quejan de que han dedicado mucho tiempo a la docencia y por tener menos éxito en su investigación no pueden promocionar, mientras que hay investigadores que incluso llevan años en centros de gran prestigio internacional, que no encuentran posibilidad de acceder a plazas de profesorado por carecer de experiencia docente.

Como ocurre tantas veces, existen estereotipos. En concreto, el imaginario colectivo, parece que asocia al profesor de química como una persona excéntrica, alejada de la realidad y ensimismada en su mundo de humos y “brebajes”, como se ilustra en la Fig. 1. En todo caso, encuestas recientes sobre apreciación de profesiones apuntan a que el profesorado universitario de ciencias, en general, es bien valorado por la sociedad, que reconoce las aportaciones científico-tecnológicas en el avance social.

Fig. 1. Imágenes “tópicas” de profesores de química: en un anuncio publicitario (izda.) y en la popular película (The Nutty Professor) dirigida y protagonizada por Jerry Lewis en 1963. Se desea que los lectores de este capítulo aprecien estas imágenes con humor, pero alejadas de la realidad.

Para mí, ha sido una suerte y un reto ejercer la tarea docente en un centro donde los alumnos quieren formarse como “ingenieros” y no siempre aprecian la “química” como una materia de interés para su formación. Desde el principio, aparte de mi tarea investigadora (en espectroscopía aplicada y en el estudio de materiales compuestos de matriz polimérica) y de un desempeño “tradicional” de la docencia, he dedicado mucho tiempo a generar y poner en práctica nuevas herramientas educativas en las que se aplican los conceptos estudiados a resolver problemas de la vida cotidiana. Buscando ejemplos de interés para motivar a mis alumnos, he descrito luego esos casos en revistas nacionales e internacionales [1], y los expongo habitualmente en congresos y cursos de formación del profesorado, dado que son aplicables en las diferentes etapas educativas. Es una de las tareas más enriquecedoras que he vivido como profesor, el intercambio de resultados con otros docentes en España y en otros países.

Para dar una idea de la variedad de los temas que he abordado en este sentido, se citan, a modo de ejemplo: hidratación de legumbres, cloración del agua, química de las sustancias antipolillas, analogías entre dimensiones de átomos y las de balones de distintos deportes, relaciones entre emisión de CO2 y consumo de combustible en automóviles, termoquímica de las bebidas autocalentables, aplicaciones prácticas del enfriamiento por evaporación, juguetes científicos, estequiometría de sustancias cotidianas (medicamentos, agua mineral, dentífricos…), efectos especiales en el cine, materiales “inteligentes”, e importancia del uso de calderas de condensación. Todo esto forma un conjunto de propuestas metodológicas contextualizadas, muchas basadas en enfoques conocidos como ciencia-tecnología-sociedad. También he desarrollado propuestas educativas sobre relaciones entre ciencia, arte e historia, que creo que son importantes para la formación universitaria y en otras etapas educativas [1].

Por otra parte, en los últimos años ha habido un crecimiento exponencial del interés por la divulgación científica. Hoy en día existen multitud de programas de radio y televisión, blogs, páginas Web, revistas especializadas, etc. en torno a ello. También son frecuentes iniciativas curiosas, como una “pinta de ciencia” donde se divulga en cervecerías, o concursos de monólogos científicos, por citar otros ejemplos. Este interés se debe a varios motivos, como la necesidad de conocimiento de la población en general del fundamento de los logros propios de sociedades cada vez más tecnológicas, la relevancia de concienciar sobre la importancia de apoyo y financiación, y el interés por promover vocaciones científicas entre los más jóvenes.

De forma paralela a la enseñanza, hace años me di cuenta que buena parte de lo que trabajaba con mis alumnos, para “difundir” y explicar la química, también podría emplearse para su “divulgación” entre el público no especializado. En este sentido, he participado en multitud de ferias (entre las que destacaría los certámenes de Ciencia en Acción), encuentros, y jornadas de puertas abiertas en mi Universidad, destinado todo ello al público en general, y a los alumnos preuniversitarios en particular (ver Fig. 2). En todas estas actividades se aprecia cómo el ámbito de la divulgación encuentra analogías, pero también problemáticas y retos específicos, respecto del ámbito de la enseñanza.

Fig. 2. El autor, explicando propiedades del “hielo seco” a jóvenes sorprendidos.

Aunque buena parte de la divulgación científica es realizada actualmente por docentes, de forma altruista y como complemento a su labor educativa, constituye, cada vez más, una oportunidad profesional independiente, que encuentra salidas en los propios programas de radio y televisión aludidos, en museos, y en empresas de organización de eventos de divertimiento.

Por supuesto, la enseñanza, en su conjunto, es siempre gratificante. La mayor parte de mis alumnos “no adora” la química, pero son jóvenes con interés y con ilusión en su formación, y eso es lo importante. Como he intentado transmitir en este texto, me siento afortunado con mi profesión de profesor universitario y con las actividades divulgadoras que he llevado a cabo de forma paralela. Gracias a todo esto he desempeñado un empleo digno, he conocido a muchas personas (alumnos, profesores, participantes en eventos…), he visitado varios países, y he disfrutado “aprendiendo y enseñando” una ciencia que me parece apasionante y de vital importancia para la mejora de la sociedad. Y todo ello sustentado en una gran libertad de acción, que valoro profundamente. Creo que no se puede pedir más a una profesión. Por ello, siendo consciente de que “hay gustos para todo”, animo desde aquí a jóvenes que dudan sobre qué rumbo seguir, dentro del mundo de la ciencia, a que no descarten la posibilidad de formar parte de la familia de profesores de química y divulgadores científicos.


Referencia:
[1] Recopilación de trabajos de didáctica y divulgación de las ciencias de G. Pinto: bit.ly 28KSGpA
Gabriel Pinto Cañón
Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid.
Catedrático de Universidad (área de Ingeniería Química) en la Universidad Politécnica de Madrid.

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