Y yo quiero ser...Ecólogo
(Por
Mario León Ortega)
Escucha música mientras lees, vete al final.
Desde muy
pequeño la ecología fue parte de mí, aunque yo no supe lo que era hasta una
avanzada edad. ¿Ecología?, que palabra más rara pensaba, dícese de la ciencia
que estudia las funciones e interacciones de los organismos con su entorno, el
ecosistema. Pero, ¡si es esto mismo lo que llevo haciendo desde muy pequeño!
Crecí, hijo de una familia humilde de agricultores, pasándome los días enteros
correteando por los campos, cultivos de mi familia y sus alrededores, aunque
algún que otro día, también me tocaba echar una mano en las tareas agrarias y
en casa, había que arrimar el hombro. Mi vida transcurría entre el colegio y el
campo, donde buscaba y observaba todo aquel bichito o animal que se moviera por
el suelo o debajo de las piedras.
Mis primeros
estudios, ya con 10 años trataron sobre la cría en cautividad de los caracoles
(Theba pisana en este caso) con alimentación a base de lechuga Iceberg en cajas
de zapatos, lástima que en mi época todavía no había ordenadores ni internet
disponibles para poder registrar esta información, en fin!. A medida que iba
creciendo conocí mejor la fauna de mi entorno. Contaba y estudiaba los nidos de
avión común de mi instituto (Delichon urbicum, una avecilla muy bonita parecida
a una golondrina que construye nidos con barro en las paredes y techos, como si
fuera un maestro alfarero). También localizaba en el huerto de limoneros de mi
tío Manolo, los nidos de las gafarrillas (nombre vernáculo que se le da al
verdecillo (Serinus serinus), un pequeño pajarillo de gran parecido al canario,
que cría en los árboles). Posteriormente anotaba y dibujaba en un cuaderno en
qué árbol y parte del huerto estaban localizados cada uno de ellos. Iban
pasando los días y crecía observando nidos de distintas especies de aves que
habitaban en mi entorno, unos hechos de barro y situados en las paredes, otros
con ramitas y hojas en los árboles, incluso llegué a encontrar nidos de una
pequeña ave rapaz nocturna, el mochuelo (Athene noctua, mi ave favorita y que
representa a la diosa griega Athenea). Siempre recordaré mientras viva, aquel
maravilloso instante, en que encontré por primera vez un nido de este
depredador alado. Allí me encontraba yo, acompañado de uno de mis mejores
amigos, Tomas García, en una mañana de marzo, junto a un garrofero solitario
(Ceratonia silicua). Aquella mañana soleada, dio un vuelco a mi vida, tras
mirar aquel atractivo agujero de ese hueco árbol, una gran sorpresa y
consecuente alegría inundó nuestros tiernos cuerpos. El descubrimiento del que
sería el primer nido de mochuelo que observáramos en nuestras vidas, que con
cinco esféricos huevos de un blanco nacarado perfecto, nos hizo dar hasta
volteretas y piruetas aéreas. Este acontecimiento marcó el comienzo de una gran
andanza y trayectoria en mi vida tomando aún un mayor interés sobre la ecología
de las especies de nuestro alrededor.
A partir del
hallazgo de mi primer nido de mochuelo, comencé el seguimiento de este
nido con atención durante años
(observando y contando el número de pollos que sacaban adelante cada año), y a
disgusto también presencie la posterior desaparición de aquel viejo algarrobo.
Al parecer, este magnífico árbol estorbaba a los grandes tractores y
maquinarias agrícolas de nueva generación para trabajar la tierra. Este hecho,
me enojó bastante y dio un poco más de sentido a mis observaciones de campo.
Pues cada año que pasaba se perdían lugares de nidificación de muchas especies,
y era más difícil verlos o localizarlos. En mis cuadernos de campo anotaba cómo
las poblaciones de muchas especies de aves eran cada vez más escasas, pero no
conocía el porqué.
¿Sabéis qué?
Una pareja de Athene noctua puede consumir varios millones de presas al año,
con una dieta compuesta principalmente por insectos, lombrices, pájaros,
roedores de pequeño tamaño y musarañas, y que esta voracidad alimenticia,
resulta de gran beneficio a la agricultura, ya que estas aves nos ayudan,
consumiendo las especies de insectos más abundantes que encuentran, a que no se
produzcan plagas que dañen los cultivos, por lo que, como resultado, son
capaces de regular el tamaño de esas poblaciones.
Muchas fueron
las series documentales sobre fauna y flora salvaje vistas desde mi infancia,
en las que observaba la vida de los osos, las grandes águilas y búhos que
habitaban nuestras sierras. Muchos de estos documentales fueron realizados por
Félix Rodríguez de la Fuente, gran comunicador y amante de la Naturaleza, que
realizó una gran labor de concienciación y divulgación de la fauna y flora de
la Península Ibérica y del Planeta. Gracias a estos reportajes también descubrí
una gran diversidad biológica de ambientes y distintos tipos de vida. Mi mente
inquieta, se preguntaba ¿donde están esos osos, águilas y búhos que veía en la
pantalla?, ¿dónde viven?, ¿por qué no hay aquí donde yo vivo?, ¿estarán en las
montañas que veo a lo lejos?
Poco después
ya en la adolescencia, conocí a mi gran maestro Eloy Pérez Romero, 20 años
mayor, un naturalista intrépido hecho de una casta poco habitual, que recorría
con sus fuertes piernas cualquier rincón agreste o paredes rocosas de las
sierras que nos rodeaban. Él fue quien me mostró dónde estaban esas grandes
águilas y búhos, fue quien me transmitió el secreto. Efectivamente, estas aves
vivían en las montañas que yo veía de lejos desde los campos de mi familia. Mi
adolescencia estuvo llena de descubrimientos, Eloy me enseño a observar y
buscar dónde anidaban las aves rapaces en las abruptas montañas acantiladas que
nos rodeaban. Por un lado, las grandes águilas que viven durante el día,
construían grandes plataformas con ramas de árboles y matorrales, que situaban
en las paredes rocosas más altas que pudiéramos observar. Por otro lado, el
gran duque o el búho real (Bubo bubo), ave rapaz nocturna y señor de la noche,
escarbaba sus nidos en el suelo terroso de oquedades o agujeros situados en
pequeños roquedos escondidos en las cárcavas y barrancos de estas sierras.
Cuando terminé
el instituto, llegó la Universidad. Comencé a estudiar la antigua Licenciatura
de Biología, y conocí la “Ecología”. Mis
profesores, catedráticos y alumnos de Doctorado, inundaban mi mente con todas
las herramientas necesarias para estudiar y comprender cómo evolucionaban las
poblaciones de los animales que me gustaban, y qué hacer para que esas
poblaciones no desaparecieran por culpa de las incontroladas acciones del ser
humano. Ya no sólo era la modernización de la agricultura, sino la construcción
de grandes vías de comunicación, como las autovías y trenes de alta velocidad,
los grandes proyectos urbanísticos o urbanizaciones masivas, así como las
líneas eléctricas, que también son un peligro para la fauna. Ya no era sólo la
acción directa de una escopeta o un veneno, sino la desaparición de los hábitats
y lugares donde viven estas especies en la naturaleza, lo que amenazaba su
supervivencia. Así, la biología de la conservación hizo su aparición, y dio más
sentido a mi trabajo.
¿Qué es la biología de la conservación?
La biología de
la conservación es la disciplina científica asociada a la ecología, que se
ocupa de estudiar las causas que provocan la pérdida de diversidad biológica o
biodiversidad, y de cómo minimizar esta pérdida. Efectivamente esta era la
disciplina que debía usar para estudiar y comprender las causas que producían
la pérdida de biodiversidad biológica que a mi tanto me preocupaba y poder
tomar medidas y soluciones para conservar las especies y los ecosistemas que
nos rodean, tan necesarios para la vida de los seres humanos y que por
desconocimiento o despreocupación estamos destruyendo.
Así que decidí
embarcarme en una Tesis Doctoral en esta disciplina científica. Ya por aquel
entonces, y sin saberlo, junto a Eloy y José Alfonso Lacalle, otro gran amigo,
fotógrafo y naturalista, controlábamos la población de búho real que se conozca
más grande del mundo, anotando las observaciones y visitando más de 150
territorios de cría de estas magníficas aves. De esta manera, y aprovechando el
control que ya realizábamos sobre una población de esta especie, tan
desconocida, decidí embarcarme en la realización de nuevas investigaciones y
estudios científicos, para desvelar qué función realizaba este ave en los
ecosistemas y cómo era su interacción con el ser humano. Mi tesis: “Estudios
ecológicos de poblaciones de búho real en la Península Ibérica: ocupación
territorial, reproducción, supervivencia y estructura genética”, quería dar a
luz a través de estas raras palabrejas,
ciertos aspectos antes desconocidos de esta especie y que podían ser de
gran ayuda para la conservación de esta y otras especies de aves rapaces. Por
ejemplo, en el estudio de la supervivencia de esta especie, descubrimos que los
búhos reales morían electrocutados con mucha frecuencia al posarse en los
postes y cables de las líneas eléctricas que abastecían de energía y luz
eléctrica nuestros hogares. De esta manera pudimos reaccionar y cambiar los
cables, aislándolos y tapándolos con fuertes plásticos que no dejan pasar la
corriente, consiguiendo que estas aves ya no se electrocutaran cuando se
posaban. ¿Y sabéis, qué es lo que lleva a estas aves a morir electrocutadas?
Resulta que una de sus estrategias de caza está basada en realizar acechos
posados en atalayas o lugares altos, para dar caza a sus presas. En este caso
resulta que los postes eléctricos hacen de posaderos simulando arboles, donde
estas aves al posarse pueden correr el riego de electrocutarse.
Como veis la
biología de la conservación, a través de observaciones en campo, el control de
poblaciones de especies o incluso con experimentos en el laboratorio, ya sea
estudiando aves rapaces, plantas, insectos o microorganismos, trata de estudiar
y resolver problemas sobre las interacciones de estas especies, su hábitat y el
ser humano. En la actualidad, el gran y veloz desarrollo humano está haciendo
que no tengamos mucho en cuenta la tierra, la naturaleza y los ecosistemas en
los que vivimos, siendo necesario el estudio y observación de las especies y de
los procesos naturales asociados con el ser humano, para no perjudicar el lugar
y planeta Tierra que habitamos, es aún pronto para poder vivir en un sitio tan
desolado, sin vegetación y sin animales como la Luna o Marte.
Mario León Ortega
Doctor
en Ecología
Investigador Licenciado, Universidad
de Murcia
Escucha música mientras lees.
Qué bonita es tu historia te felicito por hacer del mundo un lugar mejor
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