lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Como Santiago Ramón y Cajal - Juan A. de Carlos Segovia

Y yo quiero ser...Como Santiago Ramón y Cajal
(Por Juan A. de Carlos Segovia)


Escucha música mientras lees, vete al final.

La verdad es que, desde muy pequeño, he querido ser médico. Sin embargo, cuando me llegó el momento de entrar en la Universidad me di cuenta que no era el único que había pensado en lo mismo. Era como si todo el mundo quisiese estudiar medicina y las distintas facultades, repartidas por todo el territorio español, se encontraban desbordadas de solicitudes de entrada. Conclusión, te exigían una nota media bastante alta para poder acceder a sus aulas. Yo no lo logré y opté por la facultad de Biológicas, pues otra de mis inquietudes era la biología marina, con el firme propósito de hacer la especialidad en Oceanografía. Al acabar el tercer curso, cuando debía decidirme por la especialidad para continuar la carrera, mis predilecciones habían cambiado. Esto fue debido, entre otras cosas, por la lectura del libro de Paul De Kruif titulado “Cazadores de Microbios”, que me metió el gusanillo de la investigación en biomedicina, por lo que decidí enrolarme en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular. Dicho y hecho. Cuando acabé la carrera quise hacer un doctorado que acabaría defenestrándome, tarde o temprano a la investigación biológica. Pero (siempre tiene que haber algún pero…), había olvidado algo importante en los años en que me movía. No había hecho el servicio militar, dado que lo había ido retrasando mediante permisos de estudio, y ahora la Patria me lo demandaba. Por sorteo, entré en el cuerpo de Ingenieros donde pasé trece meses de mi vida sirviendo en una compañía de transmisiones, de acción inmediata, en la III Región Militar, comandada por aquel entonces por el General Jaime Milans del Bosch y Ussía. Controvertido militar que se haría famoso por su participación en el intento de golpe de Estado de 1981. Por cierto, dicho sarao aconteció solamente un mes después de haberme licenciado del ejército, por lo que me libré de que me sacaran a las calles de la ciudad de Valencia, armado hasta los dientes, sin saber qué era lo que estaba pasando esa fatídica noche del 23 de febrero, cosa que les ocurrió a mis antiguos compañeros de cuartel.

Estabilizada la democracia me di cuenta que nadie iba a venir a casa a ofrecerme hacer la tesis doctoral en un tema de rabiosa actualidad, así que me tiré a la calle a buscar un laboratorio de mi interés que me aceptara. La cosa no resultó fácil, dado que, si lograba que algún IP se interesara por mí, había que hacer una memoria de trabajo y solicitar una beca, cosa altamente competitiva y de difícil obtención. Puedo asegurar que me recorrí muchos laboratorios, tanto de la universidad como del CSIC, sin conseguir realmente nada. Por lo general muy buenas palabras y recomendaciones de unos colegas a otros y casi nada más. Ahora sería imposible, pero entonces se podía hacer algo que no estaba mal visto. Me refiero a poder trabajar en un laboratorio sin financiación. Es más, era una cosa común, donde los becarios, sin beca, poco menos que hacíamos cola para que el jefe nos fuera presentando, por riguroso orden de incorporación, a concursar por una beca que nos llevase, en última instancia, a obtener el tan deseado título de doctor. Pero como todos los que conocéis este mundillo sabéis, la cosa no acaba ahí. Después vendrán varios años de postdoc en el extranjero y las duras oposiciones para lograr el funcionariado en alguna de las escalas científicas del CSIC o de la Universidad.

Sea como fuere, y haciendo uso de valiosas recomendaciones, entré a trabajar en un laboratorio del Instituto de Edafología (estudio de suelos) del CSIC. Allí se trabajaba en toxicología de plaguicidas y yo empecé a estudiar cómo se acumulaban distintos tóxicos en las aceitunas. Trabajo más químico que otra cosa, pues hacíamos extracciones con solventes orgánicos, cromatografía de gases, etc. Nada que me entusiasmase en absoluto, pero dado a como estaba el patio aguanté allí hasta vislumbrar alternativas mejores. Dado que no cobraba nada de dinero, aleccionado por un amigo, me apunté en una asociación de extras de cine, donde nos llamaban de vez en cuando para hacer figuración en películas. Eso me proporcionó un poco de dinero para mis gastos. Aquello era otro mundo. Por supuesto muy distinto al mundo académico por el que estaba luchando para hacerme un hueco, pero que sin duda me reportó algunas satisfacciones y, de hecho, me catapultó, sin darme cuenta, a lo que finalmente me dedicaría toda la vida, la Neurociencia. ¿Cómo pudo ser esto? En 1982, José María Forqué dirige una serie para TVE[1] sobre la biografía de Santiago Ramón y Cajal, y fui llamado en varias ocasiones para hacer distintas escenas. Esa serie fue el acercamiento de Cajal a la población de a pie y he de confesar que para mí también fue así, pues yo en aquella época sabía muy poquito de Cajal. La lectura de sus “Reglas y consejos para la investigación biológica” me fascinó. Pero la puntilla me la dio conocer por aquellos días a la que con el tiempo se convertiría en mi mujer, que trabajaba, mientras estudiaba la carrera, de ayudante del Profesor Valverde, uno de los científicos más conocidos del Instituto Cajal. De su mano entré en ese Instituto y de su mano empecé a admirar a Cajal. Introducido en la histología del sistema nervioso quedé hechizado por la belleza e idiosincrasia de las neuronas y no pude más que pedir al Profesor Valverde que me permitiese hacer la tesis doctoral con él. Cuando logre que me aceptase (no cogía a nadie y yo me convertí en su primer doctorando), dije adiós al laboratorio de toxicología del Instituto de Edafología y me instalé en el Instituto Cajal, centro que ya solo dejaría para hacer una estancia postdoctoral de tres años en los EEUU.


El Instituto Cajal supuso para mí aprender mucha neurociencia y definirme por la investigación en Neurobiología del desarrollo, lo que me hizo admirar tremendamente a Cajal, valorar sus investigaciones, sus descubrimientos y desear ser como él. Cajal vivió en un ambiente hostil para le investigación en la España de final del siglo XIX. Sin embargo, hizo descubrimientos seminales que sentaron las bases de las Neurociencias modernas al ser capaz de elaborar y enunciar la Teoría Neuronal. Demostró inequívocamente que el sistema nervioso está formado por células individuales, neuronas (término acuñado posteriormente por Waldeyer), que se conectan entre sí por contigüidad y no por continuidad como se pensaba en aquella época. Dichas conexiones se realizan mediante pequeños contactos, hoy denominados sinapsis (término acuñado por Sherrington). La célula nerviosa se compone de tres partes diferenciadas y especializadas, el cuerpo celular o soma, el axón y las prolongaciones dendríticas (denominados inicialmente por Deiters como cilindro-eje y procesos protoplásmicos, respectivamente). Los estudios anatómicos de Cajal siempre estuvieron enfocados a un contexto funcional. En este sentido, una de sus hipótesis más destacadas fue la Ley de la polarización dinámica, que pone de manifiesto que las neuronas están polarizadas funcionalmente, de tal manera que los impulsos eléctricos son captados por las dendritas y se propagan desde estas estructuras al cuerpo celular, donde se procesan y son conducidos y liberados por el axón. El genio de Cajal era tal que siempre vio a las neuronas como unidades que procesan información, que hacen conexiones y se organizan en redes dinámicas (circuitos) para llevar a cabo distintas funciones.

Sin lugar a dudas, la Teoría Neuronal constituye la base para entender la organización del sistema nervioso. Cajal, además de estudiar y describir todas las estructuras del sistema nervioso central y periférico, en distintas especies animales, incluido el hombre, aportó pequeños detalles anatómicos que nos explican la funcionalidad y fisiología de este sistema. Así, describe unos apéndices sésiles sobre las dendritas de las células piramidales (células de proyección), a los que denomina espinas dendríticas. Estos aparatos aumentan enormemente la superficie de las dendritas y están directamente implicadas en las comunicaciones que se realizan entre las células. Hoy en día sabemos que sobre las espinas dendríticas se realizan las sinapsis excitatorias, realizándose los contactos inhibitorios sobre los segmentos desnudos de las dendritas y sobre el cuerpo celular. Así mismo, describe el cono de crecimiento, una estructura con forma de cono que se encuentra en el extremo de los procesos celulares en crecimiento. Lo describe como una estructura cambiante que va sondeando el camino y tomando decisiones por donde deben crecer las fibras nerviosas. Esto lo hacen en virtud a la atracción que inducen unas moléculas difusibles secretadas por células o estructuras próximas que crean gradientes químicos, y esto no es ni más ni menos que el fenómeno de la quimiotaxis.

A parte de sus estudios sobre histología general y anatomía patológica, los últimos aspectos que aborda sobre el sistema nervioso es el estudio de la degeneración del mismo y su posible regeneración.

Cajal recibe muchos premios y distinciones a lo largo de su vida; entre las más importantes se encuentran: el Premio Moscú (1900), la Medalla de Oro de Helmholtz (1905) y el Premio Nobel en Medicina o Fisiología (1906).

La verdad, no pude encontrar mejor maestro, aquel año de 1982, que Cajal, para querer ser como él y dedicar mi vida al estudio del sistema nervioso.


Notas:
[1] Ramón y Cajal: historia de una voluntad. Serie de televisión de José María Forqué (RTVE-1982):


Juan A. de Carlos Segovia
Doctor en Neurobiología
Investigador Científico, Instituto Cajal CSIC

Escucha música mientras lees.


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