Y yo quiero ser...Como Santiago Ramón y Cajal
(Por
Juan A. de Carlos Segovia)
La verdad es
que, desde muy pequeño, he querido ser médico. Sin embargo, cuando me llegó el
momento de entrar en la Universidad me di cuenta que no era el único que había
pensado en lo mismo. Era como si todo el mundo quisiese estudiar medicina y las
distintas facultades, repartidas por todo el territorio español, se encontraban
desbordadas de solicitudes de entrada. Conclusión, te exigían una nota media
bastante alta para poder acceder a sus aulas. Yo no lo logré y opté por la
facultad de Biológicas, pues otra de mis inquietudes era la biología marina,
con el firme propósito de hacer la especialidad en Oceanografía. Al acabar el
tercer curso, cuando debía decidirme por la especialidad para continuar la
carrera, mis predilecciones habían cambiado. Esto fue debido, entre otras
cosas, por la lectura del libro de Paul De Kruif titulado “Cazadores de
Microbios”, que me metió el gusanillo de la investigación en biomedicina, por
lo que decidí enrolarme en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular.
Dicho y hecho. Cuando acabé la carrera quise hacer un doctorado que acabaría
defenestrándome, tarde o temprano a la investigación biológica. Pero (siempre
tiene que haber algún pero…), había olvidado algo importante en los años en que
me movía. No había hecho el servicio militar, dado que lo había ido retrasando
mediante permisos de estudio, y ahora la Patria me lo demandaba. Por sorteo,
entré en el cuerpo de Ingenieros donde pasé trece meses de mi vida sirviendo en
una compañía de transmisiones, de acción inmediata, en la III Región Militar,
comandada por aquel entonces por el General Jaime Milans del Bosch y Ussía.
Controvertido militar que se haría famoso por su participación en el intento de
golpe de Estado de 1981. Por cierto, dicho sarao aconteció solamente un mes
después de haberme licenciado del ejército, por lo que me libré de que me
sacaran a las calles de la ciudad de Valencia, armado hasta los dientes, sin
saber qué era lo que estaba pasando esa fatídica noche del 23 de febrero, cosa
que les ocurrió a mis antiguos compañeros de cuartel.
Estabilizada
la democracia me di cuenta que nadie iba a venir a casa a ofrecerme hacer la
tesis doctoral en un tema de rabiosa actualidad, así que me tiré a la calle a
buscar un laboratorio de mi interés que me aceptara. La cosa no resultó fácil,
dado que, si lograba que algún IP se interesara por mí, había que hacer una
memoria de trabajo y solicitar una beca, cosa altamente competitiva y de
difícil obtención. Puedo asegurar que me recorrí muchos laboratorios, tanto de
la universidad como del CSIC, sin conseguir realmente nada. Por lo general muy
buenas palabras y recomendaciones de unos colegas a otros y casi nada más.
Ahora sería imposible, pero entonces se podía hacer algo que no estaba mal
visto. Me refiero a poder trabajar en un laboratorio sin financiación. Es más,
era una cosa común, donde los becarios, sin beca, poco menos que hacíamos cola
para que el jefe nos fuera presentando, por riguroso orden de incorporación, a
concursar por una beca que nos llevase, en última instancia, a obtener el tan
deseado título de doctor. Pero como todos los que conocéis este mundillo
sabéis, la cosa no acaba ahí. Después vendrán varios años de postdoc en el
extranjero y las duras oposiciones para lograr el funcionariado en alguna de
las escalas científicas del CSIC o de la Universidad.
Sea como
fuere, y haciendo uso de valiosas recomendaciones, entré a trabajar en un
laboratorio del Instituto de Edafología (estudio de suelos) del CSIC. Allí se
trabajaba en toxicología de plaguicidas y yo empecé a estudiar cómo se
acumulaban distintos tóxicos en las aceitunas. Trabajo más químico que otra
cosa, pues hacíamos extracciones con solventes orgánicos, cromatografía de
gases, etc. Nada que me entusiasmase en absoluto, pero dado a como estaba el
patio aguanté allí hasta vislumbrar alternativas mejores. Dado que no cobraba
nada de dinero, aleccionado por un amigo, me apunté en una asociación de extras
de cine, donde nos llamaban de vez en cuando para hacer figuración en
películas. Eso me proporcionó un poco de dinero para mis gastos. Aquello era
otro mundo. Por supuesto muy distinto al mundo académico por el que estaba
luchando para hacerme un hueco, pero que sin duda me reportó algunas
satisfacciones y, de hecho, me catapultó, sin darme cuenta, a lo que finalmente
me dedicaría toda la vida, la Neurociencia. ¿Cómo pudo ser esto? En 1982, José
María Forqué dirige una serie para TVE[1] sobre la biografía de Santiago Ramón y
Cajal, y fui llamado en varias ocasiones para hacer distintas escenas. Esa
serie fue el acercamiento de Cajal a la población de a pie y he de confesar que
para mí también fue así, pues yo en aquella época sabía muy poquito de Cajal.
La lectura de sus “Reglas y consejos para la investigación biológica” me
fascinó. Pero la puntilla me la dio conocer por aquellos días a la que con el
tiempo se convertiría en mi mujer, que trabajaba, mientras estudiaba la
carrera, de ayudante del Profesor Valverde, uno de los científicos más
conocidos del Instituto Cajal. De su mano entré en ese Instituto y de su mano
empecé a admirar a Cajal. Introducido en la histología del sistema nervioso
quedé hechizado por la belleza e idiosincrasia de las neuronas y no pude más
que pedir al Profesor Valverde que me permitiese hacer la tesis doctoral con
él. Cuando logre que me aceptase (no cogía a nadie y yo me convertí en su
primer doctorando), dije adiós al laboratorio de toxicología del Instituto de
Edafología y me instalé en el Instituto Cajal, centro que ya solo dejaría para
hacer una estancia postdoctoral de tres años en los EEUU.
El Instituto
Cajal supuso para mí aprender mucha neurociencia y definirme por la
investigación en Neurobiología del desarrollo, lo que me hizo admirar
tremendamente a Cajal, valorar sus investigaciones, sus descubrimientos y
desear ser como él. Cajal vivió en un ambiente hostil para le investigación en
la España de final del siglo XIX. Sin embargo, hizo descubrimientos seminales
que sentaron las bases de las Neurociencias modernas al ser capaz de elaborar y
enunciar la Teoría Neuronal. Demostró
inequívocamente que el sistema nervioso está formado por células individuales,
neuronas (término acuñado posteriormente por Waldeyer), que se conectan entre
sí por contigüidad y no por continuidad como se pensaba en aquella época.
Dichas conexiones se realizan mediante pequeños contactos, hoy denominados
sinapsis (término acuñado por Sherrington). La célula nerviosa se compone de
tres partes diferenciadas y especializadas, el cuerpo celular o soma, el axón y
las prolongaciones dendríticas (denominados inicialmente por Deiters como
cilindro-eje y procesos protoplásmicos, respectivamente). Los estudios
anatómicos de Cajal siempre estuvieron enfocados a un contexto funcional. En
este sentido, una de sus hipótesis más destacadas fue la Ley de la polarización dinámica, que pone de manifiesto que las
neuronas están polarizadas funcionalmente, de tal manera que los impulsos
eléctricos son captados por las dendritas y se propagan desde estas estructuras
al cuerpo celular, donde se procesan y son conducidos y liberados por el axón.
El genio de Cajal era tal que siempre vio a las neuronas como unidades que
procesan información, que hacen conexiones y se organizan en redes dinámicas
(circuitos) para llevar a cabo distintas funciones.
Sin lugar a
dudas, la Teoría Neuronal constituye la base para entender la organización del
sistema nervioso. Cajal, además de estudiar y describir todas las estructuras
del sistema nervioso central y periférico, en distintas especies animales,
incluido el hombre, aportó pequeños detalles anatómicos que nos explican la
funcionalidad y fisiología de este sistema. Así, describe unos apéndices
sésiles sobre las dendritas de las células piramidales (células de proyección),
a los que denomina espinas dendríticas.
Estos aparatos aumentan enormemente la superficie de las dendritas y están
directamente implicadas en las comunicaciones que se realizan entre las
células. Hoy en día sabemos que sobre las espinas dendríticas se realizan las
sinapsis excitatorias, realizándose los contactos inhibitorios sobre los
segmentos desnudos de las dendritas y sobre el cuerpo celular. Así mismo,
describe el cono de crecimiento, una
estructura con forma de cono que se encuentra en el extremo de los procesos
celulares en crecimiento. Lo describe como una estructura cambiante que va
sondeando el camino y tomando decisiones por donde deben crecer las fibras
nerviosas. Esto lo hacen en virtud a la atracción que inducen unas moléculas
difusibles secretadas por células o estructuras próximas que crean gradientes
químicos, y esto no es ni más ni menos que el fenómeno de la quimiotaxis.
A parte de sus
estudios sobre histología general y anatomía patológica, los últimos aspectos
que aborda sobre el sistema nervioso es el estudio de la degeneración del mismo
y su posible regeneración.
Cajal recibe
muchos premios y distinciones a lo largo de su vida; entre las más importantes
se encuentran: el Premio Moscú (1900), la Medalla de Oro de Helmholtz (1905) y
el Premio Nobel en Medicina o Fisiología (1906).
La verdad, no
pude encontrar mejor maestro, aquel año de 1982, que Cajal, para querer ser
como él y dedicar mi vida al estudio del sistema nervioso.
Notas:
[1] Ramón y Cajal: historia de una voluntad. Serie de televisión de José María Forqué (RTVE-1982):
Juan A. de
Carlos Segovia
Doctor
en Neurobiología
Investigador Científico,
Instituto Cajal CSIC
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