Y yo quiero ser...Ecólogo
(Por
Cayetano Gutiérrez Cánovas)
Escucha música mientras lees, vete al final.
Aunque hablaré
mucho de ciencia, la finalidad de esta historia es mostrar la belleza que
encierra el proceso de aprendizaje y mutación que sufrimos al iniciarnos en la investigación,
en particular, durante la tesis doctoral: romper las barreras de lo
establecido, mirar más allá del horizonte y comenzar a apreciar la
incertidumbre y la libertad que conlleva un guion en blanco. Épicas batallas
contra todo y contra uno mismo, en la que algunas personas luchan por ganar,
otras por disfrutar y otras por inspirar o ser recordadas. Esta es mi historia.
Patatas fritas, olivas y CO2: caminando hacia la ecología
Un pensamiento
recurrente en mi juventud era el futuro. No sabía muy bien cómo sería mi vida,
qué estudiaría o dónde acabaría trabajando. Todas las opciones estaban
abiertas. Inexperiencia, miedos e incertidumbre colaboran para nublar tu mente
y dificultar la tarea de decidir. Mirando atrás, me doy cuenta de lo complicado
que es descubrir lo que te gusta y elegir una carrera profesional con tan sólo
18 años. En aquel momento, mi mente inundada de inseguridades se decantaba por
carreras relacionadas con la ciencia y la naturaleza. Y con el tiempo me di
cuenta que esa pasión por descifrar los misterios de la vida se debía al
contacto con el mundo natural -y sus frutos- durante mi infancia. Recuerdo que
era un niño muy follonero y que una de las pocas cosas que me entretenía era
estar con mi madre en la cocina. Algo tuve que aprender, porque un día que no
estaban mis padres me lancé a imitar lo que había visto: cogí una patata, la
pelé y corté, puse aceite en la sartén y las freí, observando de puntillas la
mágica transformación. Pese a la posible imprudencia, esta experiencia creativa
me causó un gran impacto y decidí repetirla numerosas veces. Por otra parte,
mis abuelos tenían una casa en el campo y me enseñaron a trabajar la tierra y
recoger sus frutos. Sinceramente, el campo no siempre me gustó. No me hacía
mucha ilusión madrugar un domingo para ir a recoger olivas y helarme de frío.
Pero, con el tiempo, la semilla de la naturaleza germinó, creció y se convirtió
en una gran pasión: todas esas horas de trabajo y observación me hicieron
apreciar todas las maravillas que encierra la naturaleza. Además, mi padre,
profesor de física y química, siempre se preocupó por enseñarme formulas
químicas y curiosidades científicas que despertaron en mí un gran interés por
conocer e investigar los secretos escondidos en moléculas, seres vivos o
sistemas planetarios. La mezcla de todos ingredientes precipitó que decidiera
estudiar Ciencias Ambientales, quizás no era la carrera con más futuro, pero sí
la que más me ilusionaba. Más tarde, me aventuré como alumno interno en el
Departamento de Ecología de la Universidad de Murcia para conocer de primera
mano el mundo de la investigación. La experiencia me encantó y al acabar la
carrera quise empezar una tesis doctoral. Todavía recuerdo con gran emoción el
día que conseguí el contrato para hacer la tesis. Fue una alegría enorme y el
principio de una gran aventura. Por aquel entonces, ni me podía imaginar las
grandes experiencias que vendrían, los retos, las personas que conocería o los
momentos difíciles y gloriosos en los que me vería envuelto. Sin duda, la tesis
es un gran viaje en el que se sabe dónde se empieza pero nunca dónde vas a
acabar. Os quiero contar aquí los aprendizajes principales que me ha enseñado
la ecología durante la tesis y en etapas posteriores.
La diversidad de la vida y su respuesta al cambio global
Una de las
características de la vida es su potencial evolutivo y adaptativo, que ha hecho
los seres vivos conquisten hasta el último rincón del planeta. De entre los
millones de especies que habitan la Tierra -lo que llamamos biodiversidad-
muchos viven en zonas muy productivas y benignas, como los bosques tropicales,
mientras que otros han sido capaces de colonizar las zonas más inhóspitas del
planeta como los desiertos o tundras. Todos ellos tienen adaptaciones
biológicas que les permiten sobrevivir, colaborar y competir dentro de un rango
de condiciones en el cual pueden desarrollar su ciclo vital. Por ejemplo,
algunas plantas, como los cactus, son capaces de hacer la fotosíntesis sin
apenas perder agua, mientras que otros organismos poseen enzimas que les
permiten resistir temperaturas extremas. Sin embargo, las actividades humanas
como la destrucción de hábitats naturales, la agricultura o el cambio
climático, están cambiando las condiciones del planeta y llevando a muchos organismos
al borde de la extinción. Este proceso se conoce como cambio global y supone un
gran problema.
Fig. 1. (a) Muestreando un río en Murcia, (b) Río Lozoya (Madrid), (c) Campaña de muestreo en Marruecos. Dos ejemplos de insectos acuáticos (d) adulto volador de caballito del diablo y (e) escarabajo acuático, Fotos a, b, c y e: Ecología Acuática, UMU. Foto d: www.flagstaffotos.com.au(Licencia CC 3.0)
Para
comprender mejor cómo se pierde la biodiversidad en respuesta a este cambio
global, hemos estudiado qué características hacen que los organismos sean más o
menos sensibles a las presiones humanas usando los ríos como ecosistema modelo
(Fig. 1).En general, vemos que la pérdida de hábitats naturales reduce la
biodiversidad en todas sus formas: número de especies, diversidad de
adaptaciones biológicas y diversidad de genes. Por ejemplo, hemos observado que
los animales grandes o los depredadores suelen ser más sensibles a los cambios
ambientales, en comparación con organismos pequeños y de mayor flexibilidad
alimenticia.
La importancia de la biodiversidad
Al igual que
en el deporte o en la música cada miembro de un equipo o de un grupo juega un
papel distinto y fundamental, que contribuye al resultado final, ya sea
ayudando a ganar un partido o haciendo que una canción suene bien. Si hablamos
de un equipo de fútbol (Fig. 2a), veremos que hay cuatro funciones
fundamentales: portero, defensa, centrocampista y delantero. Curiosamente,
veremos que los 11 jugadores no se distribuyen de manera equitativa entre las
cuatro funciones, ya que la mayoría de jugadores son defensas y los
centrocampistas, que suman normalmente ocho. Para los que no os guste el
fútbol, podéis pensar en una orquesta donde podremos encontrar varios
instrumentos, donde algunos, como los violines, son mucho más frecuentes que el
piano o la percusión. Si hiciéramos un experimento y fuéramos eliminando
jugadores o músicos al azar, al tiempo que evaluamos cómo cambia el juego del
equipo o la melodía, podríamos averiguar la importancia de cada elemento,
jugador o músico, en estos sistemas. Así, imaginad que quitamos a un elemento
que no está repetido, por ejemplo, el portero o la percusión. En este caso, es
posible que el sistema no sea capaz de desarrollar un funcionamiento correcto,
por ejemplo, encajando muchos goles o perdiendo el ritmo.
Fig. 2. (a) Equipo de fútbol, (b) ecosistema natural. Fotos: Boletusedulis (Autor: Strobilomyces), musgo (B. Blaylock), esparto (C. Niehaus), pino carrasco (Accurimbono), líquen (J. Hollinger), abeja (Jon Sullivan), mariquita (libre), conejo (J.J. Harrison), salmón (T. Knepp), lobo ibérico (A. de Frías Marqués) y oso pardo (F.C. Franklin).(Licencia CC 3.0)
Uno de los
hallazgos más apasionantes en los últimos 20 años de ecología ha sido comprobar
que la naturaleza juega como un equipo o un grupo de música a la hora de
proporcionar funciones ecosistémicas (Fig. 2b), como la producción primaria o
el reciclaje de nutrientes. Anteriormente, los ecólogos pensaban que el clima,
el suelo u otras condiciones ambientales eran los motores principales de estas
funciones. Sin embargo, recientemente hemos observado que la diversidad de
organismos incrementa notablemente el número de funciones ecológicas que
proporciona un ecosistema. Estas funciones son clave para la producción de
alimento, madera o fibras naturales y para la capacidad reparadora de los
ecosistemas. Por lo tanto, preservar la biodiversidad es esencial para garantizar
que podamos seguir teniendo tierras fértiles, agua potable o mares productivos.
En resumen, la biodiversidad es clave para nuestra supervivencia.
La naturaleza como maestra
Si hay algo
que he aprendido es que no hay mejor maestra que la naturaleza. En nuestra
corta estancia en este planeta (aproximadamente, unos 200.000 años), los
humanos hemos avanzado mucho, pero estamos muy lejos de
los logros de la naturaleza. La vida apareció en la Tierra hace unos 3.800
millones de años y, desde entonces, ha superado todos los retos imaginables,
descubriendo los secretos de la sostenibilidad y la armonía. En estos momentos
nos enfrentamos a la mayor crisis ambiental que hemos sufrido en toda nuestra
historia, donde que la acción conjunta del cambio climático, el agotamiento de
recursos y el aumento de la población mundial están causando problemas sin
precedentes. Nuestro modelo económico y social es el motor de estos problemas y
urge encontrar una alternativa. En este sentido, la naturaleza nos ofrece un
modelo que ha persistido a lo largo del tiempo, que se basa en los recursos
locales, energías renovables y diversidad. Nuevas disciplinas, como la
biomímesis, están combinando la ecología con la agricultura, la arquitectura o
la ingeniería para diseñar agricultura diversa y de bajo impacto o construyendo
trenes más eficientes inspirados en el martín pescador. Aprendamos de la
naturaleza a hacer un mundo mejor. Aprovechemos que hay muchos investigadores
con ganas de explorar más allá del horizonte y compartir su botín con la
sociedad.
Cayetano Gutiérrez Cánovas
Doctor
en Biología
Investigador postdoctoral –
Juan de la Cierva, Universitat de Barcelona
Escucha música mientras lees.
No hay comentarios:
Publicar un comentario