lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Ecólogo - Cayetano Gutiérrez Cánovas

Y yo quiero ser...Ecólogo
(Por Cayetano Gutiérrez Cánovas)

Escucha música mientras lees, vete al final.

Aunque hablaré mucho de ciencia, la finalidad de esta historia es mostrar la belleza que encierra el proceso de aprendizaje y mutación que sufrimos al iniciarnos en la investigación, en particular, durante la tesis doctoral: romper las barreras de lo establecido, mirar más allá del horizonte y comenzar a apreciar la incertidumbre y la libertad que conlleva un guion en blanco. Épicas batallas contra todo y contra uno mismo, en la que algunas personas luchan por ganar, otras por disfrutar y otras por inspirar o ser recordadas. Esta es mi historia.

Patatas fritas, olivas y CO2: caminando hacia la ecología

Un pensamiento recurrente en mi juventud era el futuro. No sabía muy bien cómo sería mi vida, qué estudiaría o dónde acabaría trabajando. Todas las opciones estaban abiertas. Inexperiencia, miedos e incertidumbre colaboran para nublar tu mente y dificultar la tarea de decidir. Mirando atrás, me doy cuenta de lo complicado que es descubrir lo que te gusta y elegir una carrera profesional con tan sólo 18 años. En aquel momento, mi mente inundada de inseguridades se decantaba por carreras relacionadas con la ciencia y la naturaleza. Y con el tiempo me di cuenta que esa pasión por descifrar los misterios de la vida se debía al contacto con el mundo natural -y sus frutos- durante mi infancia. Recuerdo que era un niño muy follonero y que una de las pocas cosas que me entretenía era estar con mi madre en la cocina. Algo tuve que aprender, porque un día que no estaban mis padres me lancé a imitar lo que había visto: cogí una patata, la pelé y corté, puse aceite en la sartén y las freí, observando de puntillas la mágica transformación. Pese a la posible imprudencia, esta experiencia creativa me causó un gran impacto y decidí repetirla numerosas veces. Por otra parte, mis abuelos tenían una casa en el campo y me enseñaron a trabajar la tierra y recoger sus frutos. Sinceramente, el campo no siempre me gustó. No me hacía mucha ilusión madrugar un domingo para ir a recoger olivas y helarme de frío. Pero, con el tiempo, la semilla de la naturaleza germinó, creció y se convirtió en una gran pasión: todas esas horas de trabajo y observación me hicieron apreciar todas las maravillas que encierra la naturaleza. Además, mi padre, profesor de física y química, siempre se preocupó por enseñarme formulas químicas y curiosidades científicas que despertaron en mí un gran interés por conocer e investigar los secretos escondidos en moléculas, seres vivos o sistemas planetarios. La mezcla de todos ingredientes precipitó que decidiera estudiar Ciencias Ambientales, quizás no era la carrera con más futuro, pero sí la que más me ilusionaba. Más tarde, me aventuré como alumno interno en el Departamento de Ecología de la Universidad de Murcia para conocer de primera mano el mundo de la investigación. La experiencia me encantó y al acabar la carrera quise empezar una tesis doctoral. Todavía recuerdo con gran emoción el día que conseguí el contrato para hacer la tesis. Fue una alegría enorme y el principio de una gran aventura. Por aquel entonces, ni me podía imaginar las grandes experiencias que vendrían, los retos, las personas que conocería o los momentos difíciles y gloriosos en los que me vería envuelto. Sin duda, la tesis es un gran viaje en el que se sabe dónde se empieza pero nunca dónde vas a acabar. Os quiero contar aquí los aprendizajes principales que me ha enseñado la ecología durante la tesis y en etapas posteriores.

La diversidad de la vida y su respuesta al cambio global

Una de las características de la vida es su potencial evolutivo y adaptativo, que ha hecho los seres vivos conquisten hasta el último rincón del planeta. De entre los millones de especies que habitan la Tierra -lo que llamamos biodiversidad- muchos viven en zonas muy productivas y benignas, como los bosques tropicales, mientras que otros han sido capaces de colonizar las zonas más inhóspitas del planeta como los desiertos o tundras. Todos ellos tienen adaptaciones biológicas que les permiten sobrevivir, colaborar y competir dentro de un rango de condiciones en el cual pueden desarrollar su ciclo vital. Por ejemplo, algunas plantas, como los cactus, son capaces de hacer la fotosíntesis sin apenas perder agua, mientras que otros organismos poseen enzimas que les permiten resistir temperaturas extremas. Sin embargo, las actividades humanas como la destrucción de hábitats naturales, la agricultura o el cambio climático, están cambiando las condiciones del planeta y llevando a muchos organismos al borde de la extinción. Este proceso se conoce como cambio global y supone un gran problema.

Fig. 1. (a) Muestreando un río en Murcia, (b) Río Lozoya (Madrid), (c) Campaña de muestreo en Marruecos. Dos ejemplos de insectos acuáticos (d) adulto volador de caballito del diablo y (e) escarabajo acuático, Fotos a, b, c y e: Ecología Acuática, UMU. Foto d: www.flagstaffotos.com.au(Licencia CC 3.0)

Para comprender mejor cómo se pierde la biodiversidad en respuesta a este cambio global, hemos estudiado qué características hacen que los organismos sean más o menos sensibles a las presiones humanas usando los ríos como ecosistema modelo (Fig. 1).En general, vemos que la pérdida de hábitats naturales reduce la biodiversidad en todas sus formas: número de especies, diversidad de adaptaciones biológicas y diversidad de genes. Por ejemplo, hemos observado que los animales grandes o los depredadores suelen ser más sensibles a los cambios ambientales, en comparación con organismos pequeños y de mayor flexibilidad alimenticia.

La importancia de la biodiversidad

Al igual que en el deporte o en la música cada miembro de un equipo o de un grupo juega un papel distinto y fundamental, que contribuye al resultado final, ya sea ayudando a ganar un partido o haciendo que una canción suene bien. Si hablamos de un equipo de fútbol (Fig. 2a), veremos que hay cuatro funciones fundamentales: portero, defensa, centrocampista y delantero. Curiosamente, veremos que los 11 jugadores no se distribuyen de manera equitativa entre las cuatro funciones, ya que la mayoría de jugadores son defensas y los centrocampistas, que suman normalmente ocho. Para los que no os guste el fútbol, podéis pensar en una orquesta donde podremos encontrar varios instrumentos, donde algunos, como los violines, son mucho más frecuentes que el piano o la percusión. Si hiciéramos un experimento y fuéramos eliminando jugadores o músicos al azar, al tiempo que evaluamos cómo cambia el juego del equipo o la melodía, podríamos averiguar la importancia de cada elemento, jugador o músico, en estos sistemas. Así, imaginad que quitamos a un elemento que no está repetido, por ejemplo, el portero o la percusión. En este caso, es posible que el sistema no sea capaz de desarrollar un funcionamiento correcto, por ejemplo, encajando muchos goles o perdiendo el ritmo.

Fig. 2. (a) Equipo de fútbol, (b) ecosistema natural. Fotos: Boletusedulis (Autor: Strobilomyces), musgo (B. Blaylock), esparto (C. Niehaus), pino carrasco (Accurimbono), líquen (J. Hollinger), abeja (Jon Sullivan), mariquita (libre), conejo (J.J. Harrison), salmón (T. Knepp), lobo ibérico (A. de Frías Marqués) y oso pardo (F.C. Franklin).(Licencia CC 3.0)

Uno de los hallazgos más apasionantes en los últimos 20 años de ecología ha sido comprobar que la naturaleza juega como un equipo o un grupo de música a la hora de proporcionar funciones ecosistémicas (Fig. 2b), como la producción primaria o el reciclaje de nutrientes. Anteriormente, los ecólogos pensaban que el clima, el suelo u otras condiciones ambientales eran los motores principales de estas funciones. Sin embargo, recientemente hemos observado que la diversidad de organismos incrementa notablemente el número de funciones ecológicas que proporciona un ecosistema. Estas funciones son clave para la producción de alimento, madera o fibras naturales y para la capacidad reparadora de los ecosistemas. Por lo tanto, preservar la biodiversidad es esencial para garantizar que podamos seguir teniendo tierras fértiles, agua potable o mares productivos. En resumen, la biodiversidad es clave para nuestra supervivencia.

La naturaleza como maestra

Si hay algo que he aprendido es que no hay mejor maestra que la naturaleza. En nuestra corta estancia en este planeta (aproximadamente, unos 200.000 años), los humanos hemos avanzado mucho, pero estamos muy lejos de los logros de la naturaleza. La vida apareció en la Tierra hace unos 3.800 millones de años y, desde entonces, ha superado todos los retos imaginables, descubriendo los secretos de la sostenibilidad y la armonía. En estos momentos nos enfrentamos a la mayor crisis ambiental que hemos sufrido en toda nuestra historia, donde que la acción conjunta del cambio climático, el agotamiento de recursos y el aumento de la población mundial están causando problemas sin precedentes. Nuestro modelo económico y social es el motor de estos problemas y urge encontrar una alternativa. En este sentido, la naturaleza nos ofrece un modelo que ha persistido a lo largo del tiempo, que se basa en los recursos locales, energías renovables y diversidad. Nuevas disciplinas, como la biomímesis, están combinando la ecología con la agricultura, la arquitectura o la ingeniería para diseñar agricultura diversa y de bajo impacto o construyendo trenes más eficientes inspirados en el martín pescador. Aprendamos de la naturaleza a hacer un mundo mejor. Aprovechemos que hay muchos investigadores con ganas de explorar más allá del horizonte y compartir su botín con la sociedad.

Cayetano Gutiérrez Cánovas
Doctor en Biología
Investigador postdoctoral – Juan de la Cierva, Universitat de Barcelona

Escucha música mientras lees.


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