lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Filósofo Moderno - Luis J. Goicoechea

Y yo quiero ser...Filósofo Moderno
(Por Luis J. Goicoechea)


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Desde niño sentí la necesidad de entender la realidad que me rodeaba, de buscar respuestas y desvelar “misterios”. Algunas tardes, con la complicidad de mis primos, abríamos armarios y cajones para encontrar cartas y fotos que nos permitían reconstruir historias familiares. Con los textos, las imágenes y algunas preguntas a los mayores de la casa, podíamos recrear en nuestras mentes las peripecias de parientes en ultramar. A veces, fuimos incluso capaces de predecir con gran acierto los regalos que nos iban a traer los reyes magos de oriente… Este “amor por saber”, este deseo de abrir cajones para ver lo que hay oculto en su interior, ha permanecido conmigo siempre. Sin duda alguna, me siento heredero de los antiguos filósofos griegos, quienes, hace más de 2500 años, trataban de comprender de forma racional la naturaleza, al ser humano y al Universo en el que habita. Aquí, vamos a hablar de esta última faceta de la filosofía, es decir, del cosmos en general y de mi interés en algunos de sus enigmas.

El Universo en la historia

En la antigua Grecia surgió un movimiento imparable que pretendía entender y describir propiedades, causas y efectos de fenómenos naturales. Comenzaban a brotar las distintas ciencias, basadas en un número muy limitado de experimentos y observaciones, y por lo tanto, plenas de hipótesis, conjeturas y diferentes teorías. Por aquel entonces, incluso nuestra casa común, la Tierra, tenía una forma desconocida. Para algunos era plana (Tales de Mileto), y para otros cilíndrica (Anaximandro) o esférica (Aristóteles). Tuvieron que pasar muchos siglos para zanjar el tema (expediciones de Magallanes y Juan Sebastián Elcano circunnavegando nuestro planeta), y varios más para obtener una confirmación definitiva. Los avances científico-tecnológicos del siglo XX nos permitieron finalmente visualizar la Tierra desde su exterior y ver la gran bola achatada en la que vivimos. En este último experimento, se resuelve una vieja disputa filosófica mediante un método sencillo: observar, analizar los datos y extraer conclusiones. Dicho método científico, o si se prefiere, herramienta filosófica, no solo nos ayuda a descubrir los apasionantes secretos del cosmos, sino también en la toma de decisiones personales. En otras palabras, podemos abordar racional y exitosamente muchos asuntos cotidianos a través del proceso trifásico que consiste en ver, juzgar y actuar en consecuencia. El trabajo científico no está alejado del resto de nuestras vivencias, y puede ser una gran fuente de inspiración a lo largo de nuestra existencia. La ciencia en occidente avanzó lentamente durante los dos primeros milenios, dándonos pocas respuestas a las grandes preguntas sobre el Universo. Sin embargo, tras el final de la era oscura, la dilatada “etapa de armarios cerrados”, llegó el Renacimiento. En los siglos XV, XVI y XVII se produce un detrimento paulatino de los mitos y dogmas religiosos, en favor de la investigación y el debate de ideas… ¡comienza la segunda revolución científica! Copérnico propone que la Tierra tiene tres tipos de movimiento, los planetas orbitan alrededor del Sol y la distancia Tierra-Sol es pequeña comparada con la distancia a las estrellas, mientras que Galileo construye los primeros telescopios ópticos de uso científico, al tiempo que descubre los satélites de Júpiter (corroborando el modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico) y muestra la existencia de cúmulos de estrellas. Las observaciones sistemáticas del astrónomo Tycho Brahe fueron también una pieza clave para que Kepler formulase las tres leyes que rigen el movimiento de los planetas. Kepler no pudo explicar dicho movimiento mediante un modelo de órbitas circulares, y tras varios intentos, finalmente comprobó que las observaciones eran consistentes con órbitas elípticas. Pero, ¿por qué giran los planetas alrededor del Sol?, ¿son arrastrados por un fluido invisible? Las leyes de Kepler fueron posteriormente usadas por Isaac Newton para construir su ley de gravitación universal, formulando matemáticamente la idea de una atracción entre dos masas distantes, y así, eliminando la necesidad de un fluido impulsor. Newton también estableció las leyes de la dinámica, y participó en el desarrollo del cálculo diferencial e integral. Esta breve historia de la segunda revolución científica (léase también filosófica), nos da pistas sobre los pilares en los que debe sustentarse el avance del conocimiento. Aparte de adoptar un espíritu crítico, abierto y constructivo, es fundamental la realización de nuevos experimentos y observaciones, el desarrollo y uso de nuevas tecnologías (así como de métodos de análisis e interpretación de datos), el acceso a resultados previos y la colaboración entre investigadores.

Fig. 1. Grabado Flammarion (1888) mostrando un viajero que alcanza los confines de una Tierra plana, junto a una imagen de la Tierra tomada por el Apolo 17 en 1972. (Créditos: NASA).

Filosofía moderna: el Universo hoy

Tras la tercera revolución científica (durante los siglos XIX y XX, y los años trascurridos del siglo actual), hemos construido la filosofía moderna, sustentada en gran medida en la llamada física moderna (estudio y aplicaciones de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad). Esta disciplina, que surgió en los albores del siglo XX de la mano de Max Planck y Albert Einstein, ha servido para avanzar de forma espectacular en nuestro conocimiento del cosmos. Por ejemplo, nos permite comprender la generación de energía en el corazón de las estrellas, la formación de agujeros negros, la enorme producción de energía en discos gaseosos y chorros de partículas ultra-relativistas en núcleos de galaxias o la expansión del Universo detectada por Edwin Hubble. Adicionalmente, la física cuántica también está detrás de la instrumentación más avanzada para estudiar los astros en diferentes regiones espectrales, y de los ordenadores usados para el almacenaje y análisis de datos. Mi fascinación por “lo que hay ahí fuera” comenzó a los 12 años, cuando la vieja televisión en blanco y negro mostraba a dos hombres caminando sobre la superficie de la Luna. Aún recuerdo la hilaridad y el escepticismo que provocó aquel acontecimiento histórico en la segunda mitad del siglo XX. Un abanico de reacciones, que iban desde el entusiasmo más efusivo hasta la incredulidad de muchos mayores, seguramente incapaces de asimilar la tremenda transformación tecnológica que habían vivido.  A los 17 años me matriculé en el primer curso de la licenciatura de ciencias físicas, y poco a poco, me fui “enamorando” de la física moderna. Algo más tarde, en paralelo a la gran eclosión de la astronomía en España, emprendí un largo camino por el campo de la astronomía y la astrofísica. Tuve que decidir en qué armarios quería trabajar y que cajones trataría de abrir, y la ambición me llevó hacia los sistemas lente gravitatoria. En dichos sistemas, la luz que emite un núcleo galáctico activo y muy lejano es desviada por el campo gravitatorio de una galaxia masiva situada entre la fuente luminosa y la Tierra. La galaxia que interviene actúa como una lente gravitatoria (efecto relativista), produciendo varias imágenes del núcleo distante. El estudio de estos objetos cósmicos nos informa sobre la estructura de los núcleos activos, cuya maquinaria central es muy probablemente un agujero negro supermasivo. También nos revela las propiedades de los halos de materia oscura en las galaxias actuando como lentes, así como del Universo como un todo. Cada sistema es un 3 en 1, ¡un armario con tres atractivos cajones por abrir! A pesar de los impresionantes avances durante los últimos años, aún quedan muchos misterios por resolver. Los esfuerzos de Galileo, Descartes y Newton tratando de resolver el rompecabezas final del sistema solar (¿fluido invisible?, ¿acción a distancia?), se repiten actualmente con dos nuevos puzles fascinantes, en los cuales están involucrados los sistemas lente gravitatoria. El primero se refiere al origen de los movimientos del gas y las estrellas en galaxias, así como de las desviaciones de los rayos de luz que cruzan los halos galácticos. La masa en gas y estrellas no puede explicar dichos movimientos y desviaciones, y la mayor parte de la comunidad científica piensa que existe un halo invisible (oscuro) de materia adicional. Se trataría de una materia exótica, que todavía no ha sido detectada a través de experimentos complejos. En nuestra galaxia, la Vía Láctea, esta componente exótica que no está formada por átomos, se comportaría como un gas isotermo. Este escenario de gas isotermo también funciona en otras galaxias distantes con diferentes morfologías. Sin embargo, algunos investigadores sugieren que no es necesario invocar la existencia de materia oscura en galaxias, ya que las observaciones pueden explicarse mediante una gravedad modificada. Es decir, la ley de gravitación de Newton pudiera no funcionar a grandes distancias (a escalas galácticas), y con correcciones adecuadas, sería posible explicar los movimientos de la materia y las desviaciones de la luz. Un punto débil de esta solución al problema, es que probablemente se requiere una modificación diferente en diferentes galaxias, y así, leyes físicas que dependen del laboratorio considerado. El otro gran tema de debate es la causa de la expansión acelerada del Universo, descubierta por Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess mediante la observación de supernovas distantes. Este hallazgo supuso el Premio Nobel de 2011 para los tres astrónomos, y abrió un cajón con algunas sombras. Aunque previamente se suponía que la expansión inicial de las galaxias se deceleraba progresivamente como consecuencia de la gravedad, los nuevos resultados apuntaban hacia ingredientes que no se habían tenido en cuenta. Surge así la idea de una energía oscura que sería responsable de la aceleración observada. Pero este escenario también tiene un competidor, ya que algunos astrofísicos piensan que las inhomogeneidades cósmicas (agujeros y cúmulos de materia) pueden explicar la expansión acelerada.

Fig. 2. Imagen óptica del sistema lente “Cruz de Einstein”. El campo gravitatorio de una galaxia cercana (galaxia lente en rojo) produce cuatro imágenes de un mismo núcleo galáctico distante (imágenes A-D formando una cruz).

Te toca a ti

Recientemente, se han publicado estudios sobre la evolución de los seres vivos, que explican por qué la especie humana evoluciona tan dramáticamente, mientras que las otras especies animales no lo hacen. La idea es simple: un gato especialmente “inteligente” puede aprender muchas cosas durante su vida, pero no es capaz de transmitir ese conocimiento adquirido a las siguientes generaciones de su especie. De este modo, cada generación posterior comienza desde cero, sin ningún legado como punto de partida. Sin embargo, la especie humana ha roto esa maldición de repetir y redescubrir mediante el estudio y el aprendizaje en edades tempranas. Así, te toca a ti resolver los problemas abiertos de la filosofía moderna, abrir cajones inexplorados, emocionarte con el nuevo conocimiento, y transmitirle a las generaciones venideras para que no se rompa nunca la cadena y se alcance la utopía de una sociedad basada en la razón, la paz y el conocimiento.

Fig. 3. Niño y gato.

Luis J. Goicoechea
Doctor en Ciencias Físicas
Catedrático de Astronomía y Astrofísica, Universidad de Cantabria

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