miércoles, 17 de enero de 2018

Yo quiero ser Ingeniera de Telecomunicación - Mª Asunción Pérez Pascual

Y yo quiero ser...Ingeniera de Telecomunicación
(Por Mª Asunción Pérez Pascual)


Escucha música mientras lees, vete al final.

Yo quiero ser Ingeniera de Telecomunicación, eso le dije a mi madre cuando tenía 14 años y me preguntó acerca de qué quería estudiar. Desde ese momento el objetivo estaba claro y la línea a seguir debía ser recta. Tenía que conseguir la meta marcada en un plazo de 4 años, al cumplir los 18 debía estar matriculada en una de las carreras más demandadas en aquel momento.

No podía imaginar por aquel entonces cuánto trabajo y cuánto sacrificio iba a tener que afrontar. Para mí era un gran reto, dado que debía superar numerosos obstáculos. Pese a que siempre he tenido mucha facilidad para superar con éxito las asignaturas relacionadas con las matemáticas o la física, me costaba horrores empaparme de otras como historia o filosofía. Sin embargo, tenía que obtener notas brillantes en todas ellas, porque mi objetivo requería un expediente con una nota muy elevada. Así pues, ideé un plan para afrontar aquellas asignaturas que me resultaban más tediosas. El plan consistía en imaginar que era una especialista en historia, en filosofía, o en literatura, que tenía que enfrentarse a una prueba que cambiaría el rumbo de la historia. Cualquier aventura que imaginase me servía para motivarme a estudiar y sacar el máximo provecho de las horas dedicadas a ello. Esto me enseñó a motivarme y a concentrarme, dos cualidades que no he abandonado y que me permiten superarme día a día.

Pero volvamos al principio, ¿por qué quería estudiar telecomunicaciones? En aquella época empezaban a comercializarse los primeros ordenadores, y se hicieron populares algunos lenguajes de programación que os sonarán a chino. A mi padre le encanta la tecnología, por lo que tuve la suerte de que se comprara un ordenador con el cual comencé a realizar mis primeros pinitos en programación.  ¡Aquello me entusiasmó!, ser capaz de, con cuatro líneas de código, realizar un pequeño juego para entretener a mi hermana... para mí era algo realmente maravilloso. A partir de ahí seguí realizando pequeños avances, pero tuve que auto-limitarme para no ocupar demasiado tiempo programando, nada debía desviarme de mi meta.

Poco tiempo después tuve un profesor de tecnología que me introdujo en el mundo de la electrónica. El poner cuatro componentes en una placa y poder hacer que se encendiera un led, que sonase una melodía o que se activase un motor era un mundo nuevo e inesperado. Poco a poco empecé a entrever el enorme futuro que podrían tener mis dos pasiones unidas, si llegara a dominar la programación y la electrónica podría ser capaz de desarrollar gran cantidad de inventos. Y lo mejor de todo es lo bien que lo iba a pasar mientras trabajase en estos futuros proyectos. Así fue como comenzó mi vocación en ingeniería, y más concretamente en Telecomunicaciones. Por aquel entonces no podía ni imaginar el gran desarrollo que se iba a producir en este campo. Los teléfonos móviles, las televisiones inteligentes, la robótica y el internet eran cosas de ciencia ficción.

Con mucho esfuerzo y tesón fui capaz de conseguir la primera parte de la meta marcada, pero el primer día en la Universidad me di cuenta de que el camino no había hecho nada más que empezar. En primer lugar éramos 200 estudiantes con unos expedientes brillantes (la mayoría mucho más brillantes que el mío) en una titulación tremendamente exigente, en la que se impartían una serie de asignaturas con un contenido teórico brutal, sobre el que había que poner mucha imaginación para encontrarle la aplicación práctica. Ese aspecto me desesperaba. Tener que pasar horas haciendo integrales triples sin encontrarle la aplicación práctica era frustrante. Lo anterior unido al desproporcionado nivel que los profesores exigían en los exámenes, hizo que muchos de mis compañeros fueran abandonando el primer curso de carrera, desviándose hacia títulos que podrían considerarse más “fáciles” o más aplicados.

Pero yo seguí insistiendo, en el fondo algo me decía que, al final del camino se hallaba la meta, aquella que me proporcionaría la capacidad para poder realizar todos los inventos soñados. Así pues, poco a poco, conseguí ir aprobando los primeros cursos, y llegar a los cursos más altos, en los cuales nos dividíamos en especialidades. Yo elegí la especialidad de electrónica, en la cual las clases eran menos numerosas y eso permitía que los profesores del departamento de ingeniería electrónica nos propusieran otros modos de trabajar. Pequeños proyectos que para mí eran verdaderos tesoros, ya que me permitían poder al fin desarrollar mis pequeños inventos.

De todos los años de universidad, lo mejor de todo fueron los grupos de trabajo que montábamos los alumnos para realizar los proyectos. El trabajar en equipo, aprender a organizar nuestro tiempo y ayudarnos los unos a los otros a conseguir el objetivo fue una experiencia que más tarde he podido repetir en mi trabajo profesional y que nunca deja de sorprenderme. Cuando tienes un buen equipo de trabajo eres capaz de alzar el vuelo y llegar mucho más lejos de lo que habías soñado, y encima disfrutas de lo lindo.

Al terminar la universidad tuve la suerte de poder entrar en un grupo de investigación gracias al cual aprendí la importancia de la investigación básica y de la colaboración con otras instituciones. En mi caso estuve un año trabajando en colaboración con los cirujanos de un hospital para realizar algoritmos de detección de arritmias cardíacas, vamos lo que todos conocemos por infartos de corazón. Esto me permitió unir mis conocimientos a las ciencias de la salud, porque sí, lo bueno que tiene ser ingeniera de telecomunicación es que no hay campo del conocimiento que no necesite de nuestra colaboración. En esta época descubrí que, todo el esfuerzo puesto en aprender aquellas asignaturas teóricas que tan pesadas me parecían, había moldeado mi cerebro, de manera que era capaz de enfrentarme sola a cualquier problema. Sabía buscar información, procesarla, entenderla y aplicarla para encontrar la solución al problema en un espacio de tiempo realmente breve. Además los contactos hechos en la universidad me proveían de una red de profesionales a los que acudir en caso de duda. Mi vida estaba encauzada y mi objetivo cumplido, o eso creía yo.

Sin embargo la vida da muchas vueltas y nunca sabes en qué momento puedes encontrar una oportunidad que le puede dar la vuelta a todo lo que conoces. De la noche a la mañana me enteré de que se había publicado una oferta de trabajo en la universidad, para ocupar una plaza de profesor en el departamento de ingeniería electrónica, sí, aquel departamento del que tan buen recuerdo tenía porque me había permitido realizar mis primeros proyectos durante la carrera. Tenía que conseguirlo, tenía que optar a la plaza y ganarla.

Y lo hice, conseguí un contrato con el departamento y comenzó otra carrera, esta si cabe aún más larga que la anterior. Ahora había que cursar estudios de Doctorado y hacer la Tesis, todo ello a la vez que impartía clases de electrónica.

De nuevo muchas horas de estudio, de cursar asignaturas teóricas, de publicar los resultados de mi investigación sin tener muy claro si iban a ser alguna vez útiles. En paralelo desarrollaba proyectos en las asignaturas que impartía, intentando que mis alumnos no se sintieran tan desconectados y perdidos como yo el primer año. Y poco a poco, año a año, conseguí el doctorado, la tesis, la plaza de titular, un niño, otro niño, sí porque que sea ingeniera de telecomunicación no significa que no pueda ser MADRE.

Y claro, parón en mi carrera, no os voy a engañar, la llegada de un nuevo miembro a la familia trastoca todos tus planes, tus metas y tus expectativas. Pero vale la pena más que nada en el mundo. En cuanto te das cuenta te encuentras preguntándoles: ¿y tú qué quieres estudiar?, y ellos te dicen “Yo quiero ser…” y el ciclo comienza de nuevo.

Todos estos recuerdos me llevan a querer exponeros lo que ha cambiado la universidad en los veinte años que llevo dando clase. Actualmente, aunque siguen impartiéndose asignaturas puramente teóricas, que como ya hemos visto sí que sirven para algo, la mayoría de las titulaciones incluyen numerosas prácticas, proyectos y otras metodologías que os permitirán ver la aplicación de vuestros estudios mucho antes de lo que pude hacerlo yo. Además, muchos de los profesores con los que os encontraréis son conscientes de la importancia de aplicar su conocimiento a la sociedad, por lo que cada vez son más las colaboraciones que se producen y que os abren un sinfín de campos de aplicación.

Por otro lado, si no tenéis claro qué queréis estudiar pero os gusta la tecnología, las matemáticas y la física, estoy convencida de que la ingeniería de telecomunicación no os defraudará. Los conocimientos que podéis adquirir en esta carrera se pueden llegar a aplicar a todos los campos de la ciencia, os reto a que lo intentéis, seguro que sois capaces.

Mª Asunción Pérez Pascual
Doctora Ingeniera de Telecomunicación
Profesora Titular de Universidad, Universidad Politécnica de Valencia

Escucha música mientras lees.


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