Y yo quiero ser...Astrónomo
(Por
Carlos Román Zúñiga)
Escucha música mientras lees, vete al final.
Para ser
astrónomo se necesita una sola noche. En mi caso, fue una noche sin luna en lo
alto de la sierra del estado de Guerrero, en México.
Guerrero un
estado agreste, extremadamente caluroso, donde hay que hervir la leche dos
veces al día para que no se descomponga y donde hay que revisar la cama antes
de acostarse para asegurarse de que no hay escorpiones. Pero también es un
estado de espesas selvas, de extensas playas azules y de cielos límpidos. A mis
tíos les gustaba recorrer la serranía guerrerense para cazar huilotas (1) y
conejos. En las largas vacaciones de los veranos de mi infancia, mi primo y yo
pasamos muchas tardes en la caja trasera de una camioneta recorriendo paisajes
extraños en la promesa de un lugar donde abundaban las presas. Yo odiaba con
todo mi ser la cacería, pero al menos disfrutaba mucho los paseos. Buena cosa
que mis familiares casi siempre regresaban con el morral vacío. Mala cosa que
yo siempre regresaba morado de piquetes de insectos.
Fig. 1. Huilota Común.
Crédito foto: Lew_Johnson/Great Backyard Bird Count Participant
En una de
aquellas frustradas zaleas, nos llegó la noche en un lodoso sembradío de
estropajos. Los cazadores intentaban en vano sacar la camioneta de un atasco de
barro. Caminamos varios kilómetros para encontrar ayuda. Los serranos
solidarios se armaron de maderas y cuerdas para ayudar a sortear el dilema. De
camino al lugar del incidente caí por una ladera. Intenté asirme de unas ramas
pero estas se rompieron y me resbalé varios metros sobre un terreno plagado de
duras raíces. Me laceré fuertemente la espalda, pero no lloré porque sabía que
mis primos se reirían y que nadie ahí se conmovería o me consolaría. Por eso me
senté esa noche a soportar el dolor al pie de un árbol, y en un momento dado
miré hacia arriba.
Siendo yo un
pre-púber criado en una gran ciudad, mi contacto con la astronomía se había
dado solamente a través de los libros, televisión o películas. El espacio
siempre había llamado mi atención, y me emocionaba mucho la voz doblada de Carl
Sagan hablando acerca de los planetas que visitaron las sondas Viajero (2),
pero el cielo había sido en cierto modo un ente abstracto hasta aquel momento
en la sierra. Sin embargo, aquella noche vi por primera vez el fondo negro azabache
de la noche y sobre él, un número insondable de estrellas, que parecían a punto
de caerme encima. Y recorriendo de un extremo a otro aquel paisaje, la Vía
Láctea que solo conocía por los libros, se me reveló entera y grandiosa. Ignoré
entonces el dolor de mi espalda, los insectos y el lodo. Ignoré los gritos
frustrados de los hombres que tardaron horas en desatascar la rueda. Ignoré
desde entonces muchas otras cosas y desde aquel momento me obsesioné con la
idea de ser astrónomo.
Fig. 2. “Los sonidos de la
Tierra”. Disco que viaja con las sondas Viajero (2). (Crédito: De NASA - Great
Images in NASA Description, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6455682)
Ser astrónomo
en México, a finales del los años ochenta ya era una posibilidad real, pero a
mi alrededor, nadie o casi nadie pudo responder a mis preguntas sobre cómo
lograrlo. En la preparatoria mis profesores de primero y segundo año se
preocupaban más por mantenernos una hora callados frente al pizarrón que por
intentar emocionarnos. No los culpo. Ya entonces las escuelas de bachillerato
públicas tenían grupos de cuarenta alumnos, la mayoría de ellos hirviendo de
hormonas. Para poder oír algo sobre la ciencia tuve que esperar al tercer año,
donde nos separaban en áreas y los grupos eran más reducidos. Mi inquietud era
la Física, y la suerte me sonrío con el mejor maestro del mundo. Iracundo y
temible, aquel hombre rechoncho escribía sus propios y hermosos textos de
divulgación y nos hacía leerlos en voz alta. Gracias a esos textos conocí a
Newton y a Kepler, y con ellos en la mano me aventuré a visitar una oscura
oficina de orientación vocacional donde el funcionario boquiabierto ante mis
preguntas me pidió dos días para averiguar si mi deseo era posible. Cuando
regresé me tenía una respuesta: “Necesitas estudiar física”, me dijo,
mostrándome un listado de cursos con nombres alucinantes. La mayoría requerían
matemáticas avanzadas, y yo que odiaba a la profesora de cálculo… pero unos
meses después ya estaba aceptado en la Facultad de Ciencias de la UNAM y en el
otoño de mi mayoría de edad tomé mis primeras clases.
Para ser
astrónomo requerí casi veinte años de estudios, la mitad de ellos fuera de mi
país. La carrera duraba nueve semestres, pero aquellos años todos teníamos que
hacer una tesis de licenciatura y por eso me tomó cinco años y medio titularme
como físico. Los últimos dos tuve contacto constante con el Instituto de
Astronomía y disfruté escribir mi tesis -mi primera investigación profesional-
como pocas cosas en la vida. Luego pase un año más decidiendo entre quedarme a
hacer el posgrado en México o en el extranjero, como la mayoría de mis amigos.
Decidí lo segundo. Tarea nada fácil. Migré hacia Estados Unidos, recién casado.
Mi esposa y yo éramos dos niños de veinticinco años de edad, y salir del país,
rompiendo con ello muchos ciclos familiares fue una epopeya en sí. Pero nos
adaptamos, con muchos ánimos y mucha suerte a la vida de estudiante, que tiene
muchas carencias pero también muchas alegrías.
Mi disertación
doctoral requería de usar una cámara infrarroja muy novedosa. El investigador
principal de la cámara, era esposo de mi asesora, una mujer joven y entusiasta.
Mi proyecto era emocionante y prometedor. Lo presenté ante un sínodo que me
felicitó por mis planes. Pocos meses después llegaron las dificultades con la
súbita de muerte del investigador de la cámara por una enfermedad repentina, y
con ello mi asesora entristeció muchísimo. Durante mucho tiempo su vida fue
complicada y no pudo darnos a sus estudiantes, demasiada atención. Me vi solo,
junto a otros estudiantes del proyecto. Durante casi dos años recolectamos y
procesamos datos sin saber bien qué hacer con ellos. Aprendí casi todo por mi
cuenta, y la lección entonces fue que la ciencia es una lucha personal. Hay
mucho que leer, mucho que entender. Mucho. La astronomía requiere de saber
física y matemáticas, pero también requiere de entender mucho sobre
computadoras, sobre procesamiento de imágenes y sobre gestión de proyectos.
Requiere de escribir muy bien, sabiendo cambiar el tono poético por el tono
claro y directo de la ciencia. A mí me costó más que a muchos, porque hasta
entonces había sido más poeta que astrónomo. También entendí lo que era el
estrés y la frustración. A ratos me sentí completamente extraviado y a ratos lo
estuve. La ciencia me mostró entonces su otro rostro. El doctorado se piensa
como un rite du passage, y vaya que lo fue en mi caso.
La lección más
grande en el camino de convertirse en científico es la paciencia. Cualquier
licenciatura de ciencia queda incompleta ante la enorme cantidad de
conocimiento que se requiere adquirir, y debe extenderse con un posgrado y
varios años de posdoctorado que te otorguen la independencia de pensamiento y
una línea de investigación original. Conseguir un empleo como científico
siempre ha sido difícil porque las plazas son pocas y los solicitantes muchos y
todos tan o más buenos que tú. Por eso es que hacerse científico requiere no
solamente de buenas notas o de muchas horas en el laboratorio, sino de mucho
trabajo personal. Muchos no lo logran. Se requiere a ratos, de mucha fuerza.
Hay muchas ocasiones en que sentí que más que vivir, sobreviví la ciencia. Pero
al final, lo que importa es haber guardado aquella flama de la adolescencia. Yo
guardé siempre la noche oscura de la sierra como un tesoro. La sierra me había
marcado mi destino en la espalda, ¿por qué habría de claudicar? El firmamento
estrellado fue la brasa con la que volví a encender mi gusto por la ciencia aún
en los momentos más complicados. Hoy tengo estudiantes a quienes les intento
hacer entender eso.
Hay quienes lo
tienen muy claro y atesoran su propio momento, ese en el que decidieron
dedicarse a la astronomía.
¡Si tú lo
tienes, aférrate a él y no lo sueltes!
Notas
(del coordinador):
(1).
Se han mantenido las expresiones originales utilizadas por el autor. El español
es una lengua utilizada en multitud de países. Que particularmente no conozcamos
una palabra o expresión no quiere decir que esté mal escrita o sea incorrecta.
Animo desde aquí a todos los lectores a tener abierta la página de la RAE, http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc , e ir
consultando las palabras desconocidas siendo conscientes de la variedad y
amplitud de nuestra lengua.
(2).
En España siempre las conocimos como las Sondas Voyager, https://es.wikipedia.org/wiki/Voyager
, http://momentosestelaresdelaciencia.blogspot.com.es/2014/03/carl-sagan_9.html
Carlos Román Zúñiga
Doctor
en Ciencias (Ph. D), Especialidad en Astronomía, Investigador
Instituto de Astronomía
Universidad Nacional Autónoma de México
Escucha música mientras lees.
EXCELENTE NARRACIÓN, Y QUE BUENO QUE EL CIELO DEL GUERRERO IMPRESIONO AL AUTOR... UNA EXPERIENCIA DE VIDA QUE SIRVE DE EJEMPLO.... SALUDOS
ResponderEliminarFelicitaciones al Dr. Carlos Román Zúñiga por este relato tan interesante. El Universo fué es y será siempre misterioso impredecible y enigmático. Amo el Universo.
ResponderEliminarFelicidades Dr. carlos Román Zúñiga. Excelente relato que le lleva a unoi paso a paso por ese recorrido hacía la Astronomía.
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