lunes, 15 de enero de 2018

Yo quiero ser Astrónomo - Carlos Román Zúñiga

Y yo quiero ser...Astrónomo
(Por Carlos Román Zúñiga)

Escucha música mientras lees, vete al final.

Para ser astrónomo se necesita una sola noche. En mi caso, fue una noche sin luna en lo alto de la sierra del estado de Guerrero, en México.

Guerrero un estado agreste, extremadamente caluroso, donde hay que hervir la leche dos veces al día para que no se descomponga y donde hay que revisar la cama antes de acostarse para asegurarse de que no hay escorpiones. Pero también es un estado de espesas selvas, de extensas playas azules y de cielos límpidos. A mis tíos les gustaba recorrer la serranía guerrerense para cazar huilotas (1) y conejos. En las largas vacaciones de los veranos de mi infancia, mi primo y yo pasamos muchas tardes en la caja trasera de una camioneta recorriendo paisajes extraños en la promesa de un lugar donde abundaban las presas. Yo odiaba con todo mi ser la cacería, pero al menos disfrutaba mucho los paseos. Buena cosa que mis familiares casi siempre regresaban con el morral vacío. Mala cosa que yo siempre regresaba morado de piquetes de insectos.

Fig. 1. Huilota Común.
Crédito foto: Lew_Johnson/Great Backyard Bird Count Participant
Más info: Audubon

En una de aquellas frustradas zaleas, nos llegó la noche en un lodoso sembradío de estropajos. Los cazadores intentaban en vano sacar la camioneta de un atasco de barro. Caminamos varios kilómetros para encontrar ayuda. Los serranos solidarios se armaron de maderas y cuerdas para ayudar a sortear el dilema. De camino al lugar del incidente caí por una ladera. Intenté asirme de unas ramas pero estas se rompieron y me resbalé varios metros sobre un terreno plagado de duras raíces. Me laceré fuertemente la espalda, pero no lloré porque sabía que mis primos se reirían y que nadie ahí se conmovería o me consolaría. Por eso me senté esa noche a soportar el dolor al pie de un árbol, y en un momento dado miré hacia arriba.

Siendo yo un pre-púber criado en una gran ciudad, mi contacto con la astronomía se había dado solamente a través de los libros, televisión o películas. El espacio siempre había llamado mi atención, y me emocionaba mucho la voz doblada de Carl Sagan hablando acerca de los planetas que visitaron las sondas Viajero (2), pero el cielo había sido en cierto modo un ente abstracto hasta aquel momento en la sierra. Sin embargo, aquella noche vi por primera vez el fondo negro azabache de la noche y sobre él, un número insondable de estrellas, que parecían a punto de caerme encima. Y recorriendo de un extremo a otro aquel paisaje, la Vía Láctea que solo conocía por los libros, se me reveló entera y grandiosa. Ignoré entonces el dolor de mi espalda, los insectos y el lodo. Ignoré los gritos frustrados de los hombres que tardaron horas en desatascar la rueda. Ignoré desde entonces muchas otras cosas y desde aquel momento me obsesioné con la idea de ser astrónomo.

Fig. 2. “Los sonidos de la Tierra”. Disco que viaja con las sondas Viajero (2). (Crédito: De NASA - Great Images in NASA Description, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6455682)

Ser astrónomo en México, a finales del los años ochenta ya era una posibilidad real, pero a mi alrededor, nadie o casi nadie pudo responder a mis preguntas sobre cómo lograrlo. En la preparatoria mis profesores de primero y segundo año se preocupaban más por mantenernos una hora callados frente al pizarrón que por intentar emocionarnos. No los culpo. Ya entonces las escuelas de bachillerato públicas tenían grupos de cuarenta alumnos, la mayoría de ellos hirviendo de hormonas. Para poder oír algo sobre la ciencia tuve que esperar al tercer año, donde nos separaban en áreas y los grupos eran más reducidos. Mi inquietud era la Física, y la suerte me sonrío con el mejor maestro del mundo. Iracundo y temible, aquel hombre rechoncho escribía sus propios y hermosos textos de divulgación y nos hacía leerlos en voz alta. Gracias a esos textos conocí a Newton y a Kepler, y con ellos en la mano me aventuré a visitar una oscura oficina de orientación vocacional donde el funcionario boquiabierto ante mis preguntas me pidió dos días para averiguar si mi deseo era posible. Cuando regresé me tenía una respuesta: “Necesitas estudiar física”, me dijo, mostrándome un listado de cursos con nombres alucinantes. La mayoría requerían matemáticas avanzadas, y yo que odiaba a la profesora de cálculo… pero unos meses después ya estaba aceptado en la Facultad de Ciencias de la UNAM y en el otoño de mi mayoría de edad tomé mis primeras clases.

Para ser astrónomo requerí casi veinte años de estudios, la mitad de ellos fuera de mi país. La carrera duraba nueve semestres, pero aquellos años todos teníamos que hacer una tesis de licenciatura y por eso me tomó cinco años y medio titularme como físico. Los últimos dos tuve contacto constante con el Instituto de Astronomía y disfruté escribir mi tesis -mi primera investigación profesional- como pocas cosas en la vida. Luego pase un año más decidiendo entre quedarme a hacer el posgrado en México o en el extranjero, como la mayoría de mis amigos. Decidí lo segundo. Tarea nada fácil. Migré hacia Estados Unidos, recién casado. Mi esposa y yo éramos dos niños de veinticinco años de edad, y salir del país, rompiendo con ello muchos ciclos familiares fue una epopeya en sí. Pero nos adaptamos, con muchos ánimos y mucha suerte a la vida de estudiante, que tiene muchas carencias pero también muchas alegrías.

Mi disertación doctoral requería de usar una cámara infrarroja muy novedosa. El investigador principal de la cámara, era esposo de mi asesora, una mujer joven y entusiasta. Mi proyecto era emocionante y prometedor. Lo presenté ante un sínodo que me felicitó por mis planes. Pocos meses después llegaron las dificultades con la súbita de muerte del investigador de la cámara por una enfermedad repentina, y con ello mi asesora entristeció muchísimo. Durante mucho tiempo su vida fue complicada y no pudo darnos a sus estudiantes, demasiada atención. Me vi solo, junto a otros estudiantes del proyecto. Durante casi dos años recolectamos y procesamos datos sin saber bien qué hacer con ellos. Aprendí casi todo por mi cuenta, y la lección entonces fue que la ciencia es una lucha personal. Hay mucho que leer, mucho que entender. Mucho. La astronomía requiere de saber física y matemáticas, pero también requiere de entender mucho sobre computadoras, sobre procesamiento de imágenes y sobre gestión de proyectos. Requiere de escribir muy bien, sabiendo cambiar el tono poético por el tono claro y directo de la ciencia. A mí me costó más que a muchos, porque hasta entonces había sido más poeta que astrónomo. También entendí lo que era el estrés y la frustración. A ratos me sentí completamente extraviado y a ratos lo estuve. La ciencia me mostró entonces su otro rostro. El doctorado se piensa como un rite du passage, y vaya que lo fue en mi caso.

La lección más grande en el camino de convertirse en científico es la paciencia. Cualquier licenciatura de ciencia queda incompleta ante la enorme cantidad de conocimiento que se requiere adquirir, y debe extenderse con un posgrado y varios años de posdoctorado que te otorguen la independencia de pensamiento y una línea de investigación original. Conseguir un empleo como científico siempre ha sido difícil porque las plazas son pocas y los solicitantes muchos y todos tan o más buenos que tú. Por eso es que hacerse científico requiere no solamente de buenas notas o de muchas horas en el laboratorio, sino de mucho trabajo personal. Muchos no lo logran. Se requiere a ratos, de mucha fuerza. Hay muchas ocasiones en que sentí que más que vivir, sobreviví la ciencia. Pero al final, lo que importa es haber guardado aquella flama de la adolescencia. Yo guardé siempre la noche oscura de la sierra como un tesoro. La sierra me había marcado mi destino en la espalda, ¿por qué habría de claudicar? El firmamento estrellado fue la brasa con la que volví a encender mi gusto por la ciencia aún en los momentos más complicados. Hoy tengo estudiantes a quienes les intento hacer entender eso.

Hay quienes lo tienen muy claro y atesoran su propio momento, ese en el que decidieron dedicarse a la astronomía.

¡Si tú lo tienes, aférrate a él y no lo sueltes!


Notas (del coordinador):
(1). Se han mantenido las expresiones originales utilizadas por el autor. El español es una lengua utilizada en multitud de países. Que particularmente no conozcamos una palabra o expresión no quiere decir que esté mal escrita o sea incorrecta. Animo desde aquí a todos los lectores a tener abierta la página de la RAE, http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc , e ir consultando las palabras desconocidas siendo conscientes de la variedad y amplitud de nuestra lengua.
Carlos Román Zúñiga
Doctor en Ciencias (Ph. D), Especialidad en Astronomía, Investigador
Instituto de Astronomía Universidad Nacional Autónoma de México

Escucha música mientras lees.


3 comentarios:

  1. EXCELENTE NARRACIÓN, Y QUE BUENO QUE EL CIELO DEL GUERRERO IMPRESIONO AL AUTOR... UNA EXPERIENCIA DE VIDA QUE SIRVE DE EJEMPLO.... SALUDOS

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  2. Felicitaciones al Dr. Carlos Román Zúñiga por este relato tan interesante. El Universo fué es y será siempre misterioso impredecible y enigmático. Amo el Universo.

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  3. Felicidades Dr. carlos Román Zúñiga. Excelente relato que le lleva a unoi paso a paso por ese recorrido hacía la Astronomía.

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