miércoles, 17 de enero de 2018

Yo quiero ser Geóloga - Marta Ferrater Gómez

Y yo quiero ser...Geóloga
(Por Marta Ferrater Gómez)

Escucha música mientras lees, vete al final.

Sé de la inexistente o, en el mejor de los casos, mala fama de la que disfruta la geología. Por eso, a los pocos valientes que estén dispuestos a leer este capítulo prometo no aburrirles. Sólo pretendo transmitir lo que la geología representa para mí, no simplemente una ciencia, sino mi gran pasión. Para empezar, enumeraré las razones que pueden llevar a afirmar con rotundidad: “quiero ser… geóloga”

Quiero ser geóloga para:

-Entender cómo ser formaron las montañas de mi alrededor.
-Entender los lentos, pero a veces catastróficos procesos que moldean la Tierra y relacionarlos con los ocurridos en el pasado.
-Encontrar los fallos en las películas de desastres naturales en las que tantas veces los protagonistas son geólogos.
-Considerar los peligros naturales a los que está expuesta mi casa y mi pueblo/ciudad.
-Identificar como en cualquier equipo de exploración, en la Tierra o en cualquier otro cuerpo celeste, por ejemplo, en la Luna, se necesita como mínimo un/a geólogo/a.
-Viajar al interior de volcanes activos y oler el azufre que tiñe todo de color amarillo.
-Bañarme en lagos en el interior de cráteres de volcanes inactivos.
-Tocar al mismo tiempo dos placas litosféricas separadas por una falla.
-Poner cada pie en la cuenca de drenaje de un océano diferente.
-Observar fascinada como mi sombra varía a lo largo del año y no solo a lo largo del día, y entender cómo eso tiene una incidencia en los relojes de Sol.
-Navegar por encima de fosas abisales o someras plataformas marinas, entendiendo que la fauna que habita en cada uno de estos contextos es muy distinta.
-Escalar calizas, areniscas o granitos, y no solamente piedras.
-Tumbarme en playas constituidas por millones de fragmentos de coral y otros muchos esqueletos de organismos.
-Comparar mi huella con la de un dinosaurio y transportarme a su hábitat, de clima, relieve y vegetación distintos.
-Valorar la complicada y casual existencia del ser humano.
-Adquirir perspectiva del tiempo.
-Tomar consciencia de que la mayoría de objetos manufacturados por los humanos han sido y son confeccionados a partir de los materiales de la Tierra, desde las piedras cortantes de los primeros homínidos a los ordenadores más avanzados, y que sin ellos no habría la tecnología que hay actualmente.
-Tener claro que todas las acciones antrópicas tienen sus consecuencias en la Tierra y, por lo tanto, para el resto de seres vivos con los que convivimos.
-Usar el agua teniendo en cuenta su delicado ciclo de evaporación y precipitación.
-Calcular el volumen de roca que se tiene que explotar para extraer el petróleo necesario para llenar el depósito de gasolina.
-Degustar frutas y verduras de sabores distintos según el suelo donde hayan crecido.
-Hacer campañas de campo con mis compañeros durante días disfrutando a partes iguales del trabajo y de la compañía.

Todas estas y muchas más razones son las que me harían repetir sin titubear la decisión que tomé hace años en matricularme a la facultad para cursar esta tan olvidada ciencia: la geología. Lo mejor de todo es que puedo decir que tomé la decisión sin saber ni la mitad de estas razones. Su descubrimiento progresivo a lo largo de los años sigue siendo emocionante hoy en día.

Fig. 1. Fragmentos de coral en la playa de Gili Trawangan (Indonesia).

Sinceramente, cuando me matriculé no tenía ni la más remota idea de qué me esperaba. Me llamaban mucho la atención las ciencias, pero a la vez no era capaz de decidirme por ninguna, porque cuando me miraba los planes de estudio me parecían muy monótonos, parecía que las asignaturas fueran extremadamente repetitivas. Cuando, por casualidad, comprobé el de geología, me sorprendió gratamente, ya que incluía asignaturas de física, química, matemáticas, biología, informática y otras muchas relacionadas con la geología. Y además estaban programadas numerosas salidas de campo, a la montaña, al mar, y no sólo por los alrededores de casa. Esto último recuerdo que causaba una clara envidia a mis amigos que estudiaban otras cosas. A finales de trimestre en vez de estar encerrada en la biblioteca, pasaba semanas fuera de casa.

No engañaré a nadie. A pesar de que la esté presentando de una forma desenfadada, que la geología no sea una ciencia exacta, no quiere decir que sea sencilla, todo lo contrario. Como en la mayoría del conocimiento, cuanto más se sepa, más cerca se estará de la verdad. Así, durante los primeros años de carrera se presenta el conocimiento fragmentado, a veces en forma de asignaturas nada motivadoras (como en el resto de estudios, la verdad). Esta metodología a veces puede ser desalentadora, pero al final llega un día maravilloso.

El día en que te das cuenta que eres capaz de relacionar todos esos conocimientos discretos, haciendo que converjan y tomen sentido. Ese día puede llegar durante los últimos cursos o más adelante durante los primeros trabajos. Ese día en el que pasas de asistir al campo para analizar elementos o procesos concretos, y pasas a analizar los estratos, las formas y los detalles como parte de un todo, sin clasificarlos en libros o apuntes de una asignatura concreta. Ese día en que sabes que te has convertido en geóloga, y que tu vida no volverá a ser la misma.

Y es que yo ya no recuerdo cómo era andar por la montaña o cerca del mar, o viajar en coche cruzando parajes sin observar e identificar todos los elementos que me llevasen a reconstruir ambientes, procesos, cambios, y en definitiva la historia geológica de lo que me rodea, de lo que nos rodea. Y cuando digo rodear, me refiero tridimensionalmente, incluyendo el interior de la Tierra y la tan necesaria atmósfera. No, no recuerdo cómo era observar la naturaleza sin entenderla, sin apasionarme, sin querer compartir la belleza del saber con los que me acompañan. En definitiva, ¡sin divertirme!

Al principio, además, los profesores nos repetían que estudiar geología nos abriría las puertas a viajar mucho. Yo no lo entendía y tampoco le daba demasiada importancia. Con el tiempo, definitivamente, ha sido uno de los puntos fuertes de mi formación. No sólo durante la carrera y durante mi vida profesional, sino que en escoger un destino de vacaciones priorizo su contexto geológico. Disfruto de los volcanes y de las formaciones rocosas tan distintas a las de la Península Ibérica y de los paisajes que alcanzan hasta más allá de donde alcanza mi vista.

Fig. 2. Lago en el cráter del volcán Cerro Chato (Costa Rica).

Con todo esto quiero llegar a explicar que ser geóloga no se limita a coleccionar rocas y minerales en cajitas. Ser geóloga es ser la criminóloga de la naturaleza, donde unas evidencias bien escogidas permiten acercarse a la verdad, a descubrir qué es lo que se esconde en el puzle de tantos millones de piezas.

Actualmente soy profesora de instituto y sé que un porcentaje diminuto de mis alumnos se convertirá en geológos/as. Mi objetivo tampoco es ese. Me conformaré con que sepan apreciar la naturaleza y con que se formen un rico espíritu científico. Pero quizás después de estas líneas sí que te he convencido a ti, paciente y valiente lector/a.



Marta Ferrater Gómez
Licenciada en Geología y Doctora en Ciencias de la Tierra

Escucha música mientras lees.

1 comentario:

  1. Hola Marta. Comparto contigo profesión y pasión por la geología. Y me ha encantado tu capítulo de este libro. Enhorabuena! Seguro que a tus alumnos les contagias entusiasmo y curiosidad a partes iguales, imprescindibles para ser ciudadanos de nuestro planeta y de nuestro tiempo, y no sólo meros transeúntes.

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