Y yo quiero ser...Neurobiólogo Molecular de la Conducta
(Por
José Viosca)
Divulgar
ciencia es útil. A todos, también (o más) a la comunidad investigadora. Porque
despierta vocaciones científicas entre los más pequeños, cuando más firmemente
se afianza este deseo [1]. Como en el fútbol, la ciencia también tiene que
cuidar de su cantera. ¿Cuántas generaciones de biólogos Españoles deberán su
vocación a las inspiradoras palabras de Félix Rodríguez de la Fuente? ¿Cuántos
de esos lograrán descubrir, con el sudor y entusiasmo de una vocación firme,
las causas/tratamiento/prevención para el Alzheimer, Parkinson, o tantas otras
enfermedades devastadoras? Pequeño o pequeña, si quieres ser neurocientífico (o
neurocientífica, que todavía más falta hacen [2]), déjame decirte unas
palabras.
Crédito
imagen: Cikus. Consejos para un/a joven que descubre que su vocación es
entender el cerebro.
Enhorabuena
por elegir una profesión con futuro. Como dice un gran cerebro de este país,
José María Delgado-García, “los neurocientíficos seremos los últimos profesionales
en ir al paro por falta de trabajo” [3] (yo lo escuché hace ya algunos años en
su clásico “Curso Nacional de Neurociencia”, por entonces en su décima
edición). Con esto, el profesor se refería al vasto terreno que todavía
permanece inexplorado en cuanto a lo que conocemos sobre el cerebro. Aunque
queda por ver si esta máxima será cierta en nuestro país, sigue siendo válido
en el resto del mundo. La neurociencia cada vez interesa más a todos. Un
indicador son los famosos megaproyectos de investigación “Human Brain Project”
y “BRAIN”, con presupuestos galácticos concedidos hace apenas dos años a ambos
lados del atlántico.
Ser científico
y estudiar el cerebro es una de las profesiones más exóticas que puedas
imaginar. Cuando expliques tu trabajo a conocidos y amigos, verás sus pupilas
ensanchar de asombro. Ser neurocientífico significa dedicarse a entender el
órgano más complejo del universo. Significa tener el privilegio y oportunidad
de añadir un granito de arena al vasto desierto (todavía prácticamente
desconocido) de lo que sabemos sobre esta máquina de computación, y poder
escribir una línea corta pero imborrable en la historia de la neurociencia. En
definitiva, significa contribuir a descifrar una esquina de una de las miles de
páginas del manual de instrucciones del cerebro, el órgano que nos hace ser lo
que somos, lo que pensamos, sentimos, queremos y hacemos, a partir de chispas
de electricidad que transcurren y saltan entre miles de millones de neuronas
conectadas en centenares de formas distintas. Pero sin magia alguna.
Como
científico, te lanzarás a una aventura sustentada en la curiosidad, el
optimismo y el entusiasmo. En la convicción de que la exploración, por penosa y
larga que sea, merece la pena. Y también en el inconformismo. Quien no discrepa
no puede encontrar ideas mejores (más cercanas a la realidad). Como
neurocientífico, estarás inmerso en una empresa colectiva que tendrá un impacto
social tremendo a muchos niveles. Aun hay que darle tiempo, pero con seguridad
será protagonista en la salud del futuro, porque el envejecimiento de la
población conlleva más problemas en el cerebro (como las demencias o el
Alzheimer), ya que las neuronas en su inmensa mayoría no se regeneran (como si
hacen las células del hígado o la piel). La neurociencia también tendrá
importantes aplicaciones tecnológicas con un impacto económico notable (para
mí, las más sorprendentes ocurrirán en la alianza neurociencia - robótica:
tarde o temprano tendremos en las casas máquinas “pensantes” con “cerebros” que
simulen el nuestro y sean capaces de escucharnos, comprendernos y responder en
consecuencia, como si fueran una “persona” más). Los entrecomillados sólo para
estimular la reflexión sobre las tremendas implicaciones filosóficas que eso
conlleva.
En realidad,
ser neurocientífico significa más cosas en el día a día. Mes a mes y año a año,
tendrás permanentemente el reto de aprender algo nuevo. Al principio, tendrás
que leer y ponerte al día para convertirte en un experto en tu campo (hay miles
de campos, también dentro de las neurociencias, pero tendrás que elegir uno).
Cuando seas el que más sabe, sabrás qué es lo que queda por conocer. Plantearás
tu hipótesis, tu creación intelectual, una versión del mundo originalmente
tuya. Una especulación sobre el cerebro que todavía sólo existe en tu cabeza,
como la mente mirándose a sí misma (o en palabras del profesor Ignacio Morgado
“es por la mente que llegamos al cuerpo del que ella depende” [4]).
Entonces
tendrás que poner a prueba tu hipótesis planteando un experimento que demuestre
si es falsa o no. De algún modo, tendrás que ser tu peor enemigo para sacarle a
tu idea todas las pegas que seas capaz de imaginar. Lo que viene después, un
torbellino de datos, datos, datos, análisis, análisis, análisis, gráficos, un
poster que defenderás en un congreso en Honolulu, un manuscrito que tras 40
revisiones intentarás publicar en la mejor revista científica, probablemente
rechazarán, de nuevo a revisar y enviar a otra revista, y otra, para varios
meses después recibir, por fin, la carta del editor: Hemos decidido aceptar su manuscrito para su publicación en la revista
… A descorchar el champán, un sorbito, y a por el siguiente.
En esencia,
esto significa que entre un día y el siguiente habrá un parecido tan grande
como el que existe entre un huevo y una castaña. Un día observarás en el
microscopio una muestra de cerebro donde las neuronas activadas durante un
aprendizaje el día anterior se rellenaron con una proteína fluorescente que
colorea el contorno arbóreo de una red neuronal que representa internamente esa
memoria. Otra semana, dedicarás horas eternas aprendiendo un programa de
ordenador que te haga las gráficas y estadísticas. Otra semana de viaje a tu
primer congreso de la Sociedad Española de Neurociencia, o el Foro Europeo de
Neurociencia, donde darás tu primera charla (mano temblorosa sujetando el
puntero laser rodeando una gigantesca gráfica proyectada en la pantalla) ante
una selecta audiencia de expertos con barba cana y ojos inquisidores. Otra
semana escribirás tu tesis (y varias semanas más), o un manuscrito, o abrirás
el champán tras publicarlos.
¿Te parece
fascinante? Lo es, pero espera, esta no es toda la historia. Nadie dijo que
fuera fácil. A veces, para bien o para mal, será duro.
La
investigación no es como un cuento de hadas. Tendrás que trabajar duro y muchas
veces los experimentos no saldrán como esperas. Aunque técnicamente el
experimento sea impecable (nunca olvides la importancia de los controles
positivos y negativos), esto es normal porque el cerebro no tiene por qué ser
como imaginas. Por otro lado, la investigación es muy competitiva. En parte,
por eso mismo la ciencia es un sistema robusto y así es cómo se filtran las
verdades, sometiendo las pruebas e ideas a una crítica feroz. Otros científicos
expertos en tu campo criticaran tu trabajo, y tendrás que esforzarte y hacer
las cosas muy bien para convencerlos de que lo que haces permite concluir lo
que piensas. También es cierto que los científicos tienen sus ambiciones y
defectos, algunos te caerán bien y otros peor, como cualquier otra persona.
Algunos te pondrán zancadillas, otros te ayudarán. Con todo, aprenderás a ser
un pensador independiente y cómo abordar las preguntas científicas que te
interesan.
Más cosas que
nunca debes olvidar. Que no te confunda el éxito. Hay quien falsifica datos, y
según varias encuestas un porcentaje demasiado alto de investigadores saben de
colegas que han hecho este tipo de cosas [5], así que es posible que lo veas
alrededor. No olvides nunca ser honesto. Si no estás preparado para aceptar un
mundo distinto a tu hipótesis, mejor no te dediques a esto. La investigación
cuesta dinero, que muchas veces viene de los impuestos. No lo malgastes.
Más consejos
de abuelo. Busca y aprende de los mejores científicos, y tendrás el privilegio
de subirte en los hombros de los gigantes del pasado. En España confluyen los
legados de varias eminencias en la historia de la neurociencia. Y es que tan
grande es la complejidad del cerebro como pequeña es la familia de
neurocientíficos en el mundo. Aquí hay un referente claro, Santiago Ramón Y
Cajal (navarro de Petilla de Aragón), considerado internacionalmente el padre
de la neurociencia moderna. Recibió el premio nobel en 1906 por proponer que
las neuronas son células con principio y final (y no células conectadas sin
discontinuidad como decía su enemigo Camilo Golgi, con quien compartió el Nobel
[6]).
Hoy, los
pupilos indirectos de Cajal son los maestros y directores de varios
departamentos en universidades y centros de investigación de la península. Los
discípulos de otro gigante, Eric Kandel (premio Nobel en el año 2000 por sentar
las bases del estudio molecular de la memoria) también extienden su legado en
España (por ejemplo, Ángel Barco en el Instituto de Neurociencias de Alicante,
quien dirigió la tesis doctoral de un servidor). Un poco antes, mis inicios
científicos en la Universidad de Valencia fueron con Enrique Lanuza, quien se
entrenó con Joseph LeDoux, uno de los más grandes investigadores de la amígdala
(la parte del cerebro que procesa las emociones). Pero esto no es una lista
exhaustiva, hay muchos más ejemplos. Son muchos los que recogen el relevo de
todos esos gigantes, búscalos y aprenderás mucho.
Y aunque la
cantera sea buena aquí, en algún momento de tu formación tendrás que irte fuera
para aprender o inventar lo que aquí ya nadie conoce. En otro país, tendrás que
empezar de nuevo en lo personal: nuevos amigos, idioma, costumbres. Será duro,
pero en general ganarás. Tu cerebro se enriquecerá en múltiples niveles con
esas experiencias. Te sentirás solo, te tratarán como a un extranjero, pero así
aprenderás a no tratar como tales a los que a tu país vengan. Lo que aprendas
fuera te servirá siempre en tu carrera, y cuando regreses a tu país podrás
mejorar la ciencia del lugar donde naciste y devolverle la inversión que en tu
formación hizo (si es que vuelves).
En
perspectiva, pequeño neurocientífico, sentirás vértigo cuando eches la vista
atrás sobre tus pasos, en esta exploración del mayor misterio del universo.
Vértigo por contemplar desde tanta altura todo el pasado bajo tus pies sobre
los hombros de tantos gigantes que precedieron tu aventura.
"Si
he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes (Isaac
Newton)"
Este texto fue publicado originalmente
en SciLogs.es el 14/08/2014:
Referencias:
[6]
http://www.investigacionyciencia.es/blogs/psicologia-y-neurociencia/30/posts/de-cajal-y-golgi-11023
José Viosca
Doctor
en Neurociencias
Comunicador Científico
Escucha música mientras lees.
No hay comentarios:
Publicar un comentario